“Dios mío, ¡está lleno de estrellas!” es una de las frases más impactantes que hayan sido nunca pronunciadas en una película. Aparece en 2010: Odisea 2, la secuela de 2001, una odisea del Espacio, que es una de las obras de ciencia ficción que mejor se ciñe a los conocimientos científicos de la época en que fue realizada (salió en 1968), además de ser de las más célebres.
Después de sobrevivir a un proceso de inexistencia en el tiempo, puesto que nace y envejece simultáneamente, el protagonista, David Bowman, encarnado por el actor Keir Dullea, atraviesa una especie de puerta hacia el conocimiento tras la cual se le revela un horizonte plagado de estrellas en constante movimiento que representa la energía que todo lo mueve y, a fin de cuentas, la vida.
Stanley Kubrick fue quien dirigió 2001, una odisea del Espacio. Esta obra maestra está basada en el cuento “El centinela” de Sir Arthur C. Clarke, con quien Kubrick coescribió el guión. La historia fue muy incomprendida en su momento, puesto que planteaba cuestiones controvertidas. No sólo mostraba pinceladas de una inteligencia superior fuera de la Tierra como una realidad obvia que no requería más explicaciones -¿quién había construido esa puerta en el tiempo?-, sino que planteaba incógnitas sobre la evolución, no sólo del hombre, también de la máquina, y, por tanto, sobre la inteligencia artificial.
Treinta y siete años después continúan vigentes las mismas cuestiones y el cine sigue intentando dar posibles respuestas, algunas más creíbles que otras. En algunas películas los extraterrestres son tontos y malísimos (Mars Attacks!), en otras inteligentes y condescendientes (Contact); o bien distintos entre ellos (El Quinto elemento); conquistadores ávidos de destrucción (Independence day); sangrientos devoradores (Alien); y muchas otras cosas más, pero, eso sí, siempre aterradores. Aunque al final los acabemos echando, en todos los casos son “algo” más que nosotros: listos, guapos, fuertes, evolucionados, civilizados… Si existen, ¿serán más y mejores? Y si vienen, ¿qué querrán?
En otras historias, las máquinas son las protagonistas y la cuestión de fondo es si el hombre puede ser superado por su propia creación. Terminator, en sus tres entregas, castiga al ser humano por el excesivo perfeccionamiento del robot en una variante de la historia de Frankenstein: el médico que emula a Dios acaba pagándolo muy caro. Esta visión se repite en Yo, robot, donde las leyes de Isaac Asimov permiten a las máquinas buenas triunfar sobre las malas. Matrix, por su parte, convierte a la raza humana en simples baterías para aparatos desarrollados, mientras que otra obra destacada, Blade Runner, trata de la humanización de los robots, que llegan a tener sentimientos como el amor, el terror a la muerte.
Las dos constantes de la ciencia ficción son lo desconocido, que puede venir de fuera, y la enorme capacidad humana de crear. De momento, los científicos no han encontrado ningún rastro de vida inteligente extraterrestre, aunque sí muestras de posibles restos de materia orgánica. El recientemente fallecido Dr. Joan Oró, bioquímico leridano, reveló que la vida se originó a partir de unas diez moléculas procedentes de cometas que se habrían estrellado sobre la Tierra. Lo mismo podría haber ocurrido en otro lugar, por ello buscamos planetas parecidos al nuestro con la ayuda de los telescopios supergigantes, enormes máquinas de precisión que todavía nos obedecen.
Pese a que cada vez conocemos mejor el Universo en el que vivimos, un cielo estrellado siempre nos hará sentir perdidos en el infinito. Hagan la prueba en un lugar sin contaminación lumínica cuando no haya Luna. Puede que terminen exclamando: “Dios mío, ¡está lleno de estrellas!”...
Natalia R. Zelman es Licenciada en Traducción e Interpretación. Actualmente trabaja en el Instituto de Astrofísica de Canarias como periodista.
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Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
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