Es la Exposición Universal de Nueva York, corre el año 1964. En una muestra llamada Futurama, científicos e ingenieros predicen un mundo con ciudades bajo el mar y bases lunares en nuestro satélite, sueños fallidos que, sin embargo, hoy en día, en 2005, son todavía fascinantes.
Continuamos intentando adivinar cómo será nuestro futuro, aunque cuando se trata de tecnología resulta extremadamente difícil: el cambio es tan rápido que el mundo en que vivimos tiene poco que ver con el de nuestra infancia o el que verán nuestros descendientes. Es instructivo ver cómo en el pasado se pronosticó un futuro que nunca sería, y ha sido, o a la inversa.
En 1948, se publicó una afirmación contundente en el periódico New York Times: "Cualquiera que sugiera que los satélites artificiales serán algún día lo suficientemente económicos y fiables para mantener una red de comunicaciones global rentable necesita que le examinen la cabeza".
Justo tres años antes, rozando el final de la Segunda Guerra Mundial, un joven Arthur C. Clarke escribió una carta a la revista Wireless World en la que proponía el uso de satélites geoestacionarios para comunicaciones globales instantáneas. De una manera profética describió la estructura de tres satélites, cada uno de los cuales orbitaría a una altura de 35.787 km por encima del nivel del mar, permaneciendo geoestacionario sobre el ecuador. Dicha disposición permitiría cubrir simultáneamente toda la superficie terrestre.
Cincuenta años después, más de 300 satélites se encuentran en la Órbita de Clarke, llamada así en su honor, trabajando no sólo en comunicaciones, sino también en meteorología, el estudio de recursos naturales, actividades militares, etc. Por no contar la multitud de satélites que cumplen otras funciones en orbitas variadas.
La energía nuclear ejemplifica el caso opuesto: el de las tecnologías que parecen ser una apuesta segura y acaban convirtiéndose en un sueño fallido, lo que ocurre con frecuencia. El 2 de diciembre de 1942, un equipo científico bajo la dirección de Enrico Fermi realizó la primera reacción en cadena controlada. Con ella, el mundo entró en la era atómica. Sin ella, el proyecto Manhattan, y las subsecuentes explosiones atómicas de Hiroshima y Nagasaki, no hubieran tenido lugar.
Tras la guerra comenzaron a investigarse los posibles usos pacíficos (y comerciales) de la energía nuclear y no era extraño oír afirmaciones como "Dentro de diez años habrá aspiradores nucleares".
El objetivo de obtener una energía eléctrica que fuera incluso "demasiado barata como para tener que medir su consumo" llevó a la aparición de centrales nucleares que, sin embargo, acabaron siendo menos económicas de lo esperado por su coste de construcción excesivo, lo caro de las reparaciones y los problemas ecológicos derivados.
Además, el control directo e indirecto de los recursos energéticos ha propiciado que el precio del petróleo se mantuviera relativamente barato hasta no hace mucho. Probablemente su encarecimiento, junto con el agotamiento inexorable de las reservas de combustibles fósiles, provoque un interés renovado por la energía nuclear, así como por otras energías renovables. A largo plazo podría llevar al desarrollo de energía basada en la fusión nuclear.
En algunos proyectos, la energía atómica no sólo se contemplaba como fuente de energía eléctrica, sino también en el desarrollo de explosivos para minería, realización de túneles, e incluso la reforma del Canal de Panamá (que adoptaría el nuevo nombre de Panatomic Canal). Sin embargo, en muchos de ellos los problemas de contaminación radiactiva fueron imposibles de resolver.
Ilustración obtenida de Nobel Lectures, Physics 1922-1941
Elsevier Publishing Company, Amsterdam, 1965
Adaptación de la imagen: Gotzon Cañada
...Héctor Castañeda es Doctor en Astrofísica. Actualmente trabaja en el proyecto del instrumento OSIRIS para el Gran Telescopio Canarias.
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Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
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