Steve Miller es profesor adjunto en Comunicación Científica y Ciencias Planetarias en el University College (Londres). Tiene varias publicaciones académicas tanto en su vertiente de astrónomo profesional, como en la de estudioso de la comunicación científica; las últimas en colaboración con la profesora Jane Gregory, del Birkbeck College, Universidad de Londres: "Science in Public: Communication, Culture, and Credibility".
Profesor Miller,
usted es un químico devenido astrónomo
que estudia la composición química de
los planetas...
Sí, mi objeto de estudio abarca el vasto componente
de nubes de polvo que forman los planetas, y cómo
su composición química se refleja en las
atmósferas planetarias. No estoy interesado en
los planetas en sí, sino, fundamentalmente, en
los bloques bioquímicos que los componen: los
primeros componentes del polvo de gas que los formó.
Si tomamos nuestra galaxia o nuestro universo como un
todo, vemos que están formados mayoritariamente
por hidrógeno molecular (H2);
además de este elemento, la mayor parte de los
elementos químicos del medio interestelar componen
una química basada en el oxígeno, compuesta
por otros átomos como el carbono, nitrógeno,
fósforo... Son los mismos átomos que nos
constituyen como criaturas orgánicas, pero en
el espacio interestelar están en forma inorgánica.
¿Cómo se ha llegado
a esta composición?
Galaxias y planetas están formados a partir de
una nube gigante de gas; pero entre el gas y el polvo
también se encuentran moléculas simples
como hidrógeno molecular o hierro y moléculas
relativamente complejas: cadenas largas de carbono,
o incluso de sílice. Al formarse un sistema estelar
y planetario (un sistema que gira sobre sí mismo),
los elementos más pesados del polvo y el hielo
se dirigen al centro de los planetas, mientras que los
elementos más ligeros permanecen en la atmósfera.
Y, su trabajo, ¿en qué
consiste?
En estudiar las formas químicas de hidrógeno
en la atmósfera de Júpiter, el mayor planeta
del Sistema Solar, que es más de un millar de
veces superior a la Tierra en volumen pero sólo
trescientas veces superior en masa. Este contraste se
debe a que Júpiter está formado por una
gran proporción de hidrógeno gas: un elemento
muy ligero.
En la Tierra, la parte más externa de la atmósfera
es una región eléctricamente neutra llamada
magnetosfera, diferenciada de la ionosfera, que está
cargada con gases ionizados. Ambas capas se entremezclan,
pero las consideramos como dos regiones diferenciadas.
Así pues, la magnetosfera es la primera región
del planeta que interacciona con el ambiente espacial;
en cambio, los electrones, iones cargados eléctricamente
y gases raros de la ionosfera no interaccionan directamente
con el ambiente espacial, porque existe la magnetosfera
entremedio.
Las dimensiones de la magnetosfera son enormes: se extiende
unos 60.000 Km. en dirección al Sol y cientos
de miles de Km. en las direcciones opuestas al Sol.
Este enorme campo magnético da lugar a las propiedades
magnéticas en nuestro espacio inmediato.
Desde la Tierra, a menudo podemos detectar y comprender
lo que sucede en la magnetosfera según los cambios
que tienen lugar en la ionosfera y la termosfera, regiones
más próximas a nosotros y, por tanto,
más asequibles a la investigación. Es
muy importante saber qué sucede en la magnetosfera,
porque en ella se hallan los satélites artificiales
de comunicaciones. A veces, se producen tormentas eléctricas,
u otras alteraciones, que pueden producir auroras (boreales
o australes: luces difuminadas próximas a los
polos) y si son muy fuertes pueden afectar a los satélites
o estaciones eléctricas.
Júpiter también tiene un enorme campo
magnético, la magnetosfera; y, en su caso, las
interacciones con otros planetas y el espacio que lo
rodea son especialmente violentas. Con telescopios potentes
podemos detectar los efectos de columnas eléctricas
que fluyen desde la magnetosfera hasta la superficie
de Júpiter; movimientos que producen corrientes
de un millón de amperios, voltajes muy altos,
que, a su vez, provocan cambios importantes en la atmósfera
de Júpiter: muchos iones en movimiento producen
reacciones químicas en cadena.
Así, desde la Tierra, empleando tanto telescopios
terrestres como en órbita, podemos observar y
monitorizar las auroras de Júpiter. Entonces,
podemos deducir qué sucede en el espacio alrededor
de este planeta gigante. Además, a partir de
esta información podemos deducir los efectos
que se pueden haber iniciado con una violenta tormenta
eléctrica en el Sol que ha atravesado el espacio
del Sistema Solar hasta Júpiter. Una situación
de este estilo se observó con la sonda espacial
Galileo, que, desde poco antes de las navidades de 1995,
orbita alrededor de Júpiter y toma medidas corrientes
eléctricas y campos magnéticos de su magnetosfera
que pueden afectar al propio planeta.
¿Y el caso de los planetas
extrasolares?
En la actualidad, se está haciendo un esfuerzo
notable para detectar numerosos planetas (probablemente
centenares), que orbitan alrededor de estrellas como
nuestro Sol; son los llamados planetas extrasolares
que se encuentran entre 10 y 100 años luz de
nosotros (una distancia relativamente cercana en términos
astronómicos, si tenemos en cuenta las vastas
extensiones de cientos y cientos de millones y millones
de kilómetros del espacio).
Cada vez está más claro que muchas estrellas
tienen planetas extrasolares a su alrededor; es decir,
que creemos que los sistemas solares como el nuestro
son muy comunes. Estos planetas extrasolares se han
detectado de manera indirecta, fundamentalmente, por
su efecto sobre la estrella solar: se detectan pequeños
movimientos del sol por el efecto gravitatorio de los
planetas girando a su alrededor. También se pueden
detectar porque la luz de este sol se ve modulada o
por el efecto Doppler si el planeta se acerca o se aleja
de la estrella. Sin embargo, ambas son detecciones indirectas.
Lo que en realidad nos gustaría poder hacer es
obtener información directa de los planetas aplicando
los conocimientos obtenidos a partir del estudio de
planetas solares pero alejados, como Júpiter.
Para conseguirlo, se estudia la manera de emplear a
fondo los telescopios actuales y se ingenian nuevas
máquinas espaciales que acarreen telescopios
como el Hubble, que orbiten en el espacio para observar
directamente estos planetas.
Existe un debate sobre si Plutón es o no un planeta,
¿qué hay de esta cuestión?
Plutón es el noveno planeta en el Sistema Solar
y el más alejado del Sol, aunque su distancia
cambia considerablemente. Esta aparente paradoja se
explica porque la distancia mencionada es la considerada
como media. Plutón sigue una órbita irregular,
muy excéntrica. Esto implica que a veces está
más cerca del Sol que Neptuno (alejado a su vez
del Sol 40 veces más que la Tierra, considerada
la unidad de distancia astronómica), y otras
veces está mucho más alejado que la órbita
de Neptuno. La órbita le hace único entre
los planetas solares. En segundo lugar, Plutón
no es muy grande (comparado con el resto de los planetas),
y tiene una luna casi tan grande como él: Carón.
Este fenómeno es también único
entre los planetas.
Así pues; por una parte, la órbita de
Plutón es mucho más parecida a las órbitas
excéntricas de los objetos externos al Sistema
Solar, que se encuentran en el exterior de la órbita
de Neptuno (entre 50 y 100 unidades astronómicas
del Sol). Por otra parte, estos cuerpos tampoco son
de gran tamaño: desde pocos a cientos kilómetros
de diámetro. Como la órbita de Plutón
coincide con los objetos del cinturón de Kuiper-
Edgerworth, podría considerarse que es un gran
objeto de este cinturón de objetos pequeños
si por un momento olvidamos que Plutón es un
planeta.
Quizá pudiera darse que Plutón no fuera
un planeta, sino "basura" espacial, material
sólido que nunca llegara a formar un planeta
y que fuera captado por la gravedad generada en el Sistema
Solar en el cinturón de Kuiper-Edgeworth. En
este cinturón los objetos tienen órbitas
inestables, que se cruzan, es decir, que no se comportan
como planetas con órbitas circulares, estables,
seguras. De ahí viene la sugerencia de cambio
en una clasificación difícil. Emocionalmente,
muchas personas abrazan la idea de que Plutón
es un planeta; racionalmente, muchas otras consideran
que es uno de los objetos del cinturón de Kuiper-Edgeworth
y no un planeta real.
Entonces, ¿es sólo una cuestión
de etiqueta?
En realidad, se trata más que de la etiqueta
que se le pone, porque la etiqueta refleja la historia
del objeto celeste. Si es un objeto que se formó
por agregación de otros pequeños objetos
para formar un planeta, o es uno de los pequeños
objetos que nunca tuvo la oportunidad de formar un planeta
y que forma parte de este material de "basura"
del Sistema Solar, la diferencia es importante. Entre
otras cosas, porque en este cinturón es donde
se originan muchos de los cometas que se acercan a nuestro
Sol.
Se dice que el color del Universo es azulado-verdoso.
¿Es por observación directa?
Aguamarina, dicen en realidad. Y sí, se considera
así por observación directa; bueno, ¡a
través de lupas y espejos! Aunque, obviamente,
obtenemos las señales de manera digital con procesos
de computadoras. Si podemos decir que el color medio
del Universo es aguamarina es porque si estudiamos el
color medio de todas las estrellas y el resultado se
acerca al color verde del espectro electromagnético.
Estos datos enlazan con el argumento de que en el universo
temprano las estrellas jóvenes eran muy brillantes
y calientes, que se alejaban y brillaban en el espectro
de onda corta: azul y violeta. Así, si nos pudiéramos
acercar al espacio más arcaico, encontraríamos
un color medio más azulado, más ultravioleta,
de onda muy corta. Y si nos alejáramos en el
tiempo hacia delante, la longitud de onda de la luz
se haría cada vez más larga, más
rojiza de media, las estrellas tendrían cada
vez menos energía. Así es como la noción
de color medio del Universo ofrece una noción
del tiempo vivido por las estrellas.
En sus observaciones de Júpiter, ¿de qué
color lo ve? ¿Como nos lo presentó Kubrik
en 2001, una odisea espacial?
A través de un telescopio, Júpiter se
ve de un color ligeramente amarillento-parduzco. En
mayor detalle, se observan nubes de color cremoso y
cinturones más oscuros rojizo-marronosos. Efectivamente,
como Kubrik nos lo presentó o cómo nos
muestra la sonda Galileo son los colores naturales de
Júpiter. Ahora bien, el tipo de astronomía
que yo estudio no refleja los colores del espectro electromagnético,
sino del infrarrojo, la radiación que no vemos
pero cuyo calor notamos.
La radiación infrarroja es muy importante para
conocer la composición química de los
planetas y de las estrellas; esta radiación tiene
una especie de "firma" de las moléculas
individuales que producen la emisión. La emisión
en onda infrarroja de las partículas observables
tiene una longitud de onda de alrededor de cuatro micras,
diez veces más que la luz azul. Y cuando detectamos
series de una longitud de onda particular, podemos decir
"ajá! esta es la emisión característica
del ozono". El ozono, un conjunto cargado eléctricamente
de tres átomos de oxígeno unidos como
en un triángulo, es una molécula clave
que se forma en la ionosfera de Júpiter por la
interacción de las partículas eléctricas
que bombardean al planeta desde el exterior.
Así, estudiando la emisión de onda infrarroja,
podemos deducir la composición química
de Júpiter, y podemos medir las líneas,
identificar los elementos y calcular la temperatura.
Las líneas del espectro emitido son como huellas
digitales; así pues, nuestro trabajo es como
el de un detective, pero puede llegar algo más
allá: establecemos a qué molécula
pertenece cada emisión y a qué temperatura
estaba cuando se emitió (cuando dejó una
persona la huella dactilar).
Todo ello ayuda mucho porque estas líneas de
emisión también nos dan idea de la cantidad
de material, la temperatura, y la energía de
la atmósfera de Júpiter (que está
alrededor del centenar de millones de megavoltios).
La energía procedente del espacio que alcanza
a Júpiter en la parte más externa de su
atmósfera es muy considerable.
Sus observaciones de Júpiter las realiza fundamentalmente
en Mauna Kea, Hawai. ¿Por qué ir a Hawai?
Muchos creen que buscamos una excusa para disfrutar
de sus playas, temperatura.... Pero la razón
para ir a Hawai, Chile (en los Andes existe otra importante
instalación astronómica) o Canarias, es
que para realizar una observación astronómica
de calidad hay que situarse a una altitud elevada, así
no existe polución lumínica de las ciudades
ni tampoco contaminación atmosférica.
Además, en Mauna Kea (a 4.200 metros de altitud),
la atmósfera es muy seca, algo absolutamente
necesario si se quiere tener una observación
de infrarrojos efectiva, puesto que la humedad en el
aire oscurece la radiación infrarroja. Las fotografías
de las cimas de Hawai muestran que alrededor de los
pico de las montañas hay un cinturón de
nubes, pero los telescopios están por encima:
los cielos por encima de él están muy
claros, a pesar de que Mauna Kea significa montaña
nevada en lengua polinesia.
Profesor Miller, además de sus estudios sobre
la atmósfera de Júpiter, usted ha dedicado
una parte notable de su actividad profesional a la comunicación
científica, a aumentar el conocimiento científico
del público. ¿Por alguna razón
histórica?
El interés por esta materia lo desarrollé
porque después de estudiar la carrera, antes
de trabajar en el University College London convertido
en un astrónomo, trabajé de periodista
y, por mi formación académica, estaba
especialmente interesado en la comunicación científica.
En sus publicaciones la considera una actividad socialmente
interesante. ¿Por qué cree que los políticos
deben invertir en ella?
Que el público conozca la ciencia es importante
por muchas razones. Por una parte, se puede afirmar
que los descubrimientos científicos son un logro
social del mundo occidental (o más generalizado)
y el público quiere conocerlos. Se puede argumentar
también que afecta a la vida cotidiana de los
ciudadanos; conocer algo más de ciencia ayudar
tanto en el ámbito doméstico como en el
personal: dietas, medicinas... Se podría argumentar
en contra que la astronomía está alejada
de lo cotidiano, pero en realidad parece suscitar un
gran interés entre el público.
Por otra parte, y en temas más sociales, desde
distintos ámbitos y por distintas vías
se llega a la conclusión de que los ciudadanos
deben involucrarse en los debates sobre el uso social
de los nuevos descubrimientos científicos, entre
otras cosas porque les producen profundos cambios en
su vida. Y para opinar se debe tener conocimiento. Actualmente
los campos más interesantes para el debate social
son los relacionados con las ciencias de la vida, la
ingeniería genética; cómo normalizar
la controversia sobre el tratamiento con células
madre de embriones, por ejemplo. Los ciudadanos tienen
derecho a participar en el debate, en el diálogo
que esboza hacia dónde se dirige la sociedad.
A fin de cuentas, se trata de tecnologías que
ayudan a los ciudadanos pero que pueden ser potencialmente
peligrosas en mayor o menor grado.
Por otra parte, los científicos obtienen fondos
públicos para realizar sus investigaciones, por
tanto, el público tiene el derecho de conocer
y realizar escrutinio sobre lo que realizan; otra motivación
para involucrarse en el conocimiento de lo que investigan
los científicos.
Considero que esta área que en el Reino Unido
llamamos Public Understanding of Science, (los
alemanes incluyen las humanidades, las ciencias sociales
además de las ciencias naturales, y los franceses
utilizan la noción de culture scientifique)
es interesante porque involucra la interacción
cotidiana en el entorno social y ambiental.
Me veo a mí mismo formando parte de ambas comunidades,
quizá la parte más científica está
alejada de la social, pero los científicos no
pueden determinar cuál es el trabajo que van
a realizar sin que nadie pueda opinar sobre ello. La
idea de que el público ha de estar alejado del
trabajo que realizamos en las universidades o laboratorios
tiene que cambiar. Mi impresión es que ya está
cambiando, que el proceso de cambio comenzó hace
veinte años, y es interesante ver la dinámica
que ha seguido.
Estoy especialmente interesado en estudiar la manera
de acercar la ciencia al público, en cambiar
las actitudes frente a la ciencia, en incrementar la
participación de los ciudadanos...
Cristina Junyent es Doctora en Biología por la Universitat de Barcelona y directora de la Fundación Ciencia en Societat.
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