El Sol está a punto de ponerse en la alta montaña. A casi 2.400 metros de altura, los motores de las cúpulas de los telescopios del Observatorio del Roque de los Muchachos rompen el silencio de la cumbre volcánica de la isla canaria de La Palma. En el crepúsculo, las blancas cúpulas se abren para dejar que la luz de las estrellas llegue a los telescopios, donde los astrónomos comienzan una nueva jornada de trabajo que se prolongará hasta el amanecer.
Casi una docena de telescopios de otros tantos países europeos componen el parque instrumental de este Observatorio del Instituto de Astrofísica de Canarias, observatorio considerado uno de los tres o cuatro mejores de todo el planeta por sus excepcionales condiciones de cielo limpio, oscuro y estable. Es en este lugar donde España está construyendo el Gran Telescopio CANARIAS, de 10,4 metros de diámetro, un gran telescopio óptico-infrarrojo operativo en el 2004.
Hace solamente una década, los mayores telescopios en funcionamiento tenían espejos de unos 4 metros de diámetro, un tamaño máximo que no variaba prácticamente desde finales de los años cuarenta, cuando empezaron a construirse instrumentos como el famoso telescopio de Monte Palomar, de 5 metros de abertura. Es el diámetro del espejo primario o principal de un telescopio el que determina su capacidad: a mayor diámetro, más astros débiles se verán y con mayor resolución o nitidez. Y si bien la capacidad óptica de los telescopios no varió esencialmente en cincuenta años, sí lo hicieron los medios de detección que éstos empleaban, pasándose de utilizar las placas fotográficas a los chips de silicio ultrasensibles refrigerados a temperaturas de 200 grados bajo cero. Fue esta ganancia en la sensibilidad y precisión de los instrumentos la que hizo que los astrónomos llegaran cada vez más lejos en la observación del Universo, sin sentir una necesidad apremiante de telescopios mayores.
Sin embargo, y gracias precisamente a la gran sensibilidad de estos detectores, los investigadores han hallado una pléyade de objetos singulares (enanas marrones, agujeros negros, planetas extrasolares, lentes gravitatorias, cuásares en los confines del Universo...) que requieren, indefectiblemente, telescopios de mayor tamaño para poder estudiarlos adecuadamente, en una especie de ley de la oferta y la demanda aplicada a la observación astronómica.
Bajo estas premisas, científicos e ingenieros empezaron a desarrollar, en un tiempo récord, telescopios cuyos espejos primarios, bien de una sola pieza o compuestos de segmentos unidos, eran del orden del doble de los 4 metros existentes. Para conseguir este salto, uno de los mayores logros fue diseñar espejos delgados, de como mucho un par de decenas de centímetros de grosor. Estos mantienen su forma óptica perfecta a pesar de su finura debido a la actuación de multitud de pistones ubicados en sus bases, que constantemente los presionan para que la óptica no se deforme por el peso, el movimiento del telescopio y las vibraciones.
Así, en 1993, el primero de los telescopios gigantes de nueva generación veía la luz en la cumbre del Observatorio de Mauna Kea, en Hawai: el telescopio Keck. Un coloso cuyo espejo primario está compuesto de 36 segmentos hexagonales con un diámetro equivalente a casi 10 metros de abertura, una capacidad colectora de luz docenas de veces mayor que la de un espejo de 4 metros y, por consiguiente, capaz de observar mucho más lejos y con más detalle que sus predecesores.
Al Keck le siguieron en la última década del siglo pasado toda una serie de instrumentos cuyos espejos oscilan entre los 8 y los 10 metros de diámetro, la mayor parte de ellos ya en funcionamiento o en las últimas etapas de su construcción: Keck II, un gemelo del anterior y colocado a su lado; Gemini, dos instrumentos de 8,2 metros, uno en Hawai y otro en Chile (construidos por un consorcio EE.UU. - Reino Unido y varios países sudamericanos); Subaru, japonés de 8,4 metros ubicado en Hawai; VLT, un conjunto de cuatro telescopios de 8,2 metros situado en los Andes Chilenos y perteneciente al Observatorio Europeo Austral; el LBT, una especie de "superbinocular" con dos espejos de 8,4 metros en el Observatorio de Monte Graham, en Estados Unidos; el HET y el SALT, estadounidense y sudafricano respectivamente, ambos de unos 9 metros de abertura; y el Gran Telescopio CANARIAS, de 10,4 metros, y que, como los Keck, también es de espejo segmentado.
Como elemento común a todos estos telescopios gigantes se encuentra no sólo su tamaño, sino en especial su compleja y avanzada tecnología, tanto en los campos de la óptica, como en la electrónica, mecánica e informática. Una de las áreas más novedosas es la de la óptica adaptativa. Ésta se basa en la medida de las perturbaciones introducidas en una imagen por la atmósfera terrestre y en el uso de uno o varios espejos deformables que tratan de corregir las deformaciones del haz de luz para, de esta forma, producir una imagen limitada por difracción o, lo que es lo mismo, el límite teórico del espejo, como si estuviera situado en el espacio, fuera de las perturbaciones de la atmósfera. Los primeros resultados de esta técnica se están consiguiendo ya, habiéndose obtenido imágenes mejores que las del Telescopio Espacial.
Ángel Gómez Roldán es Divulgador científico especializado en astronomía y ciencias del espacio, y director de la revista "AstronomíA".
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