Ni siquiera los agujeros negros se libran del escrutinio de los científicos. Estos objetos, de los más discretos del Universo, siempre han pretendido llevar una vida tranquila, alejada de las miradas indiscretas. Para conseguirlo, no dudan en tragarse todo lo que se les acerque, especialmente la luz, que puede delatar su presencia. Sin embargo, sus esfuerzos han sido en vano, ya que los astrofísicos se las han ingeniado para estudiarlos y desvelar sus secretos.
Uno de estos agujeros negros, GRO J1655-40, a unos 8.000 años luz de distancia, ha sido su última víctima. Además de soportar tal nombre (que recibió por ser descubierto con el Gamma Ray Observatory (GRO), ha visto cómo los investigadores desvelaban y difundían el modo en que llegó al mundo, por culpa de una estrella que orbita constantemente en torno a este objeto. Ha sido ella quien ha dado todas las pistas necesarias para que se confirmara que este agujero negro (y otros similares) nacen en el último instante de la vida de una estrella.
El descubrimiento indica que el origen de estos objetos se debe a una supernova, una gigantesca explosión que ocurre cuando las estrellas muy masivas agotan su combustible. En ella, arrojan al espacio interestelar gran parte de su masa y su cadáver se contrae por la acción de la gravedad. Si es lo suficientemente masivo, la gravedad hace que colapse sobre sí mismo hasta convertirse en un objeto extremadamente denso y compacto: un agujero negro.
Los primeros en encontrar las evidencias de este proceso fueron, en 1999, unos investigadores del Instituto de Astrofísica de Canarias (IAC). Utilizando el telescopio Keck, situado en Hawai, estudiaron la composición química de la compañera de GRO J1655-40. De este modo descubrieron que esta estrella, clasificada como una subgigante, tenía una cantidad de azufre, magnesio y silicio superior a la esperada. La única explicación es que heredara estos elementos de una estrella moribunda, que los liberó al explotar. La relación entre supernovas y el origen de los agujeros negros, sobre la que los físicos habían especulado durante décadas, quedaba probada.
Tres años después ha llegado la confirmación de este descubrimiento. Con el telescopio espacial Hubble se han seguido los movimientos del sistema formado por el agujero negro y la estrella, tomando imágenes en 1995 y en el 2001. De este modo, se ha determinado que el agujero negro está viajando por el plano de nuestra galaxia a una velocidad de 400.000 km/h, cuatro veces más rápido que las estrellas de su alrededor. La explicación de la velocidad y trayectoria de este sistema sólo parece posible si recibió un empujón provocado por una gran explosión. Este estudio, publicado en la revista Astronomy & Astrophysics, ha sido realizado por investigadores de un equipo internacional.
Si el agujero negro no tuviera una compañera, que actúo como testigo de su nacimiento, no se habría podido determinar nada. Sin embargo, esta estrella, que sobrevivió a la explosión, posiblemente pague cara su temeridad: el agujero negro le está robando masa poco a poco, y tal vez en un futuro acabe engulléndola. Hasta entonces, como un matrimonio mal avenido, seguirán juntos su viaje por la galaxia.
Autor: G. Pérez (SMM/IAC)
Sara Gil es Licenciada en Físicas, Máster en Comunicación Científica. Trabaja como responsable de comunicación de la RUVID (Red de Universidades Valencianas por el fomento de la Investigación y el Desarrollo), además de como revisora técnica y escritora de divulgación científica.
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