Pasión por el cielo

Ángel Gómez Roldán / 23-05-2003

Comienza a anochecer. Nos encontramos en un camino rural bastante apartado de las poblaciones más cercanas. El paraje posee amplios horizontes abiertos y hace rato que los sonidos del campo se han extinguido con la llegada del crepúsculo. Esta quietud, sin embargo, se cambia por una moderada actividad que se acelera a medida que el cielo se oscurece. En la linde del camino se encuentran varios coches aparcados con sus maleteros abiertos. Un pequeño grupo de personas diversas se afanan en el montaje de aparatosos tubos, trípodes, cámaras fotográficas y CCD, dispositivos con muchos detectores puntuales de luz que constituyen la alternativa electrónica a la placa fotográfica tradicional.

Unas linternas rojas empiezan a iluminar este ordenado alboroto. Algunos abren las pantallas de sus ordenadores portátiles mientras otros apuntan con el dedo hacia las primeras estrellas. Un grupo de astrónomos aficionados se dispone a disfrutar de su pasión por el cielo y a contribuir al conocimiento del Universo.

Gracias a las nuevas tecnologías en óptica, electrónica e informática, la tradicional imagen de los simples astrónomos aficionados se ha ido desdibujando a favor de otra categoría, que podríamos llamar la del astrónomo casi-profesional. Ésta es la figura de personas muy entusiastas que, sin recibir remuneración económica por ello, dedican gran parte de sus noches a observar metódicamente el cielo, interpretar los resultados y colaborar activamente con los profesionales, aportando valiosos datos a la investigación astronómica.

Seguimiento y descubrimiento de estrellas dobles y variables, novas y supernovas; ocultaciones de estrellas y planetas; eclipses de Sol y de Luna; cometas, asteroides y lluvias de meteoros; las dinámicas atmosféricas de Júpiter y Saturno; o el diario control de las manchas solares. Éstas son sólo algunas de las áreas habituales en las que este esforzado grupo de casi-profesionales dedica día a día sus esfuerzos. Hasta hace bien poco, su mayor y casi única contribución se restringía a observaciones visuales. Unos ojos educados y acostumbrados a los oculares de los telescopios son capaces de discernir sutiles cambios en las nubes de los planetas gigantes o detectar con gran precisión cambios de luminosidad en las estrellas variables. Asimismo, un casi diario patrullaje del cielo ha hecho que infinidad de cometas sean descubiertos visualmente por los aficionados. Por ejemplo, el Hyakutake y el Hale-Bopp fueron hallados el siglo pasado por un aficionado japonés y dos estadounidenses, respectivamente. También un gran número de novas y supernovas, titánicas explosiones estelares, son descubiertas mes tras mes gracias al esfuerzo de los aficionados.

En el último tercio del siglo XX, la gran diferencia entre estos observadores y los astrónomos profesionales, aparte de la obvia del tamaño de sus telescopios, era la brecha tecnológica entre ambos. El profesional ha dispuesto casi siempre de instrumentos de alta tecnología, cuyo precio y complejidad los ponían fuera del alcance del aficionado medio, quien se limitaba a utilizar su detector de fábrica, el ojo, o a lo sumo la película fotográfica. Sin embargo, con la llegada de la electrónica doméstica, barata y fiable, la informática personal, y los nuevos y rápidos desarrollos en óptica (la imagen digital gracias a los chips CCD ha revolucionado la fotografía) y comunicaciones (Internet es un tema que merece un estudio aparte), las posibilidades de los aficionados se han multiplicado exponencialmente.

Telescopios guiados por ordenador, cámaras digitales y de videoconferencia (cámaras de baja resolución para Internet) y CCD, sistemas automatizados de seguimiento y control, programas especializados en la reducción y tratamiento de datos... son sólo algunos de los medios que se han popularizado entre estos aficionados de un tiempo a esta parte, con lo que la calidad y diversificación de sus observaciones ha crecido de una manera espectacular. Por ejemplo, y como comparación con la situación anterior, se da la circunstancia de que en España el último asteroide descubierto hasta hace apenas una década lo fue por un astrónomo profesional en los años 30 del pasado siglo. Hoy son del orden de un centenar los hallados exclusivamente por aficionados y casi cada mes se unen varios más a la lista. En este campo destacan los miembros del Grupo de Estudios Astronómicos y los del Observatorio Astronómico de Mallorca.

Entre las disciplinas recientes incorporadas al bagaje de estos aficionados se encuentran la Astrometría y la Fotometría, las dos provenientes del mundo profesional y realizadas con cámaras CCD, especialmente con asteroides y cometas. Con la fotometría es posible obtener curvas de luz muy precisas de las que se pueden derivar los períodos de rotación de estos primitivos cuerpos del Sistema Solar, mientras que las medidas astrométricas permiten determinar con gran exactitud sus órbitas, mejorando los datos conocidos de los objetos e incluso determinando otros nuevos para los recién descubiertos. Por ello, a diferencia de la mayoría de las Ciencias experimentales, en la Astronomía los aficionados cada día aportan más un trabajo de calidad, prestando una ayuda inestimable al desarrollo de muchos campos de esta ciencia.

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El autor

Ángel Gómez Roldán es Divulgador científico especializado en astronomía y ciencias del espacio, y director de la revista "AstronomíA".

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