1967 fue el año de la llamada “guerra de los seis días” o “tercera guerra árabe-israelí”, el año de la muerte en Bolivia de Che Guevara, el año del Golpe de los Coroneles en Grecia y, en medicina, el año del primer trasplante de corazón humano. También se firmó el acuerdo internacional sobre la utilización del espacio para fines pacíficos y se estrelló en los Urales la nave espacial rusa Soyuz-I, con el cosmonauta Vladimir Kamarov a bordo. Pero aquí nos interesa 1967 por la detección de los púlsares, que los astrónomos confundieron inicialmente con señales de seres extraterrestres o Little Green Men.
Un púlsar es una estrella de neutrones con un intenso campo magnético que rota a gran velocidad. La radiación que liberan estas estrellas de neutrones procede de sus polos magnéticos, manifestándose como haces de ondas de radio. Debido a la inclinación del eje magnético con respecto al eje de rotación, los dos haces forman un cono doble que barre el cielo una vez por cada rotación estelar, igual que las señales luminosas de un faro. Cada vez que uno de ellos se proyecta en dirección a la Tierra podemos registrar un pulso de radio. Esto quiere decir que sólo vemos los púlsares cuyos haces se dirigen hacia nosotros y que hay muchos más que no vemos. Las señales del primer púlsar detectado llegaban a la Tierra con un intervalo exacto de tiempo de 1,337 segundos. El más rápido actualmente pulsa 642 veces por segundo y marca el tiempo con la exactitud y fiabilidad de los mejores relojes atómicos. Pensar que una estrella pueda girar con tal rapidez escapa a la imaginación de cualquiera.
Los púlsares tuvieron gran interés periodístico cuando se descubrieron, aunque no tanto por tratarse de un nuevo tipo de objetos astronómicos, identificados con la metáfora de los faros cósmicos, como por el excitante supuesto inicial de que las señales recibidas en radio procedían de seres extraterrestres.
La primera detección de los púlsares es un conocido caso de descubrimiento científico accidental o serendipia. Jocelyn Bell (n. 1943) y Antony Hewish (n. 1924) no estaban buscando púlsares cuando en 1967 detectaron señales de radio de corta duración y de intervalos muy regulares. Trabajaban en el Laboratorio Cavendish de la Universidad de Cambridge (Reino Unido), con un radiotelescopio de 3,2 m especialmente diseñado para registrar las rápidas variaciones de intensidad en las fuentes de radio.
Hewish, dispuesto a averiguar por qué las estrellas que emitían en radio centelleaban igual que las que lo hacían en el visible, había descubierto en 1964 el efecto que llamó centelleo interplanetario: demostró que las ondas de radio de una fuente de pequeño diámetro sufren difracción (ligera distorsión de la luz en el borde de un objeto) cuando cruzan las nubes de polvo en el espacio interplanetario, y que las variaciones en intensidad tenían lugar cada segundo.
En julio de 1967 entró en funcionamiento un gran radiotelescopio de alta resolución (una red de antenas sobre un área de 18.000 m2en Cambridge). Hewish lo había construido, con ayuda de jóvenes colaboradores, para el estudio de más de 1.000 radiogalaxias y la caza de cuásares.
Un radiotelescopio capta señales de procedencias muy distintas, del entorno industrial, de los automóviles, de cualquier aparato eléctrico. Para los radioastrónomos es, por tanto, difícil distinguir lo que es una señal auténtica del exterior de lo que lo es de origen humano.
Hewish y sus colaboradores sabían que el objeto de donde procedían las señales era muy pequeño, incluso menor que un planeta. Bell y Hewish pensaron al principio que podrían haber establecido contacto con una civilización extraterrestre de la galaxia dada la regularidad de la emisión. Hewish describe este período incial, en el que fueron conscientes de la naturaleza extraterrestre y estelar de las señales, como el más excitante de su vida. ¿Eran esas señales en realidad algún tipo de mensaje de otra civilización?
Stephen Hawking recuerda en su Historia del Tiempo que en el seminario en el que anunciaron el descubrimiento denominaron a las primeras cuatro fuentes encontradas LGM-1, LGM-2, LGM-3 y LGM-4. Las siglas LGM eran las iniciales de Little Green Men (“pequeños hombres verdes”). Al final, sin embargo, llegaron a la conclusión menos romántica de que estos objetos eran de hecho estrellas de neutrones en rotación, que emitían pulsos de ondas de radio debido a una complicada interacción entre sus campos magnéticos y la materia de su alrededor. Si bien el hecho de descartar a los hombrecillos verdes fueron –según Hawking- “malas noticias para los escritores de westerns espaciales”, también dieron esperanza a los que como él creían en agujeros negros: “fue la primera evidencia positiva de que las estrellas de neutrones existían”.
El término púlsar procede de acortar estrella pulsante en inglés: pulsating star, es decir puls(ating st)ar -haciendo referencia a los rápidos pulsos o impulsos de radio que emitían estos objetos-, de forma análoga a cómo se había hecho con cuásar, quas(i-stell)ar (radio sources). El hecho de que cuásar ya existiera hacía que púlsar resultara una abreviatura natural. La primera referencia escrita explicativa que recoge el Diccionario de Oxford data de 1968 y corresponde a un artículo del periódico inglés The Daily Telegraph del 5 de marzo. El término fue acuñado por un periodista científico de este diario llamado Anthony Michaelis. Actualmente, púlsar no tiene competencia como término genérico de este tipo de objetos astronómicos (científicamente se identifican por las iniciales de grupo PSR, de Pulsating Source of Radio, seguidas de las coordenadas).
Hewish –hoy sir Anthony Hewish- recibió en 1974 el Premio Nobel de Física por este descubrimiento y por el desarrollo de su modelo teórico (compartió el premio con Martin Ryle, otro pionero en Radioastronomía). En cambio, no lo recibió Jocelyn Bell -injustamente, según se dice-, en principio por ser sólo una estudiante de doctorado, aunque fue ella quien advirtió la primera señal-interferencia de radio, al mes de empezar los registros regulares en julio de 1967.
En 1974 también se descubrieron los púlsares binarios, hecho que mereció otro Premio Nobel en 1993. Hoy en día interesan las ondas gravitatorias, cuya existencia, predicha por Einstein, parece haberse confirmado a partir del estudio de un púlsar binario. Su detección desde observatorios terrestres especiales podría revolucionar la Astronomía. Y la prensa, como si intuyera esta futura revolución, dedica amplios reportajes a los gigantescos detectores de ondas gravitatorias que actualmente se hallan en construcción.
Autor: Gotzon Cañada
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Carmen del Puerto es Doctora en Ciencias de la Información y Jefa de Ediciones del Instituto de Astrofísica de Canarias.
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