Europa viaja a la Luna

Annia Domènech / 03-10-2003

20 de julio de 1969 - Estados Unidos pone un hombre en la Luna tras un trayecto de tres días viajando por el espacio.
27 de septiembre de 2003 - Europa envía una sonda no tripulada, Smart-1, que tardará un año y medio en situarse en la órbita lunar.
¿Se trata de la fábula de La liebre y la tortuga?

La Luna ha sido el objetivo de muchas misiones espaciales desde que los americanos enviaron en 1958 la fallida Pioneer-3. Los rusos sí llegaron con Luna 2, un éxito que se estrelló en la región de Palaus Putredinus. Poco después, Luna 3 mostraba por primera vez la cara oculta del satélite. Como es sabido, el extraordinario impulso que experimentó la exploración del espacio en esa época fue el resultado de la competición establecida entre los rusos y los americanos. John F. Kennedy incluso se permitió asegurar en un famoso discurso el año 1961 que antes de acabar la década llevaría el hombre a la Luna y fue, de hecho, el 20 de julio de 1969 cuando Neil Armstrong, que viajó en el Apollo XI, pronunció la famosa frase: “Un pequeño paso para un hombre, un gran salto para la Humanidad”. El último vuelo tripulado a la Luna fue en 1972, con el Apollo XVII. Los seis alunizajes del programa Apollo de la NASA, junto con tres naves automáticas soviéticas, han traído a la Tierra más de trescientos kg de material lunar.

¿Dónde estaba Europa? Lo cierto es que casi no participó en la exploración del espacio y, actualmente, si bien la Astronomía europea está muy avanzada, las Ciencias Planetarias no. Para paliar esto, y aprovechando que sí posee la capacidad tecnológica para construir instrumentos (algunas misiones americanas han volado con instrumentos europeos), la ESA (European Space Agency – Agencia Europea del Espacio), ha empezado a moverse. En 1986, la sonda Giotto viajó exitosamente al cometa Halley y está en curso la misión Rosetta al cometa Churyumov-Gerasimenko. Próximamente, la sonda Huygens llegará a Titán (un satélite del planeta Saturno). Además, tiene planteado un gran proyecto de búsqueda en el Sistema Solar para los próximos veinticinco años denominado Aurora.

Smart en inglés significa “listo, vivo, inteligente...”; pero también Small Missions for Advanced Research and Technology. Estas “Pequeñas misiones para la investigación avanzada y la tecnología” son otro programa de la ESA para realizar demostraciones tecnológicas a un coste moderado y aplicar después los conocimientos adquiridos a proyectos mayores. Es el caso de Smart-1, la primera misión de este programa y también la primera de la Agencia Europea a la Luna. Su objetivo principal es llegar al satélite utilizando un sistema de propulsión eléctrica y mostrar sus ventajas e inconvenientes respecto a la propulsión química, la habitual en las naves espaciales. Por ello, la nave invertirá tanto tiempo en el viaje. Esta tecnología empezó a desarrollarse hace treinta años en Rusia y ha sido utilizada de forma habitual para posicionar naves en la órbita terrestre; sin embargo, en viajes interplanetarios sólo la empleó la sonda de la NASA Deep Space 1 en 1998.

El pasado 27 de septiembre, la nave Smart-1 fue lanzada como piggyback o correo auxiliar (es decir, como pasajero de bajo coste) de un cohete europeo Ariane 5 desde la base de Kourou, en la Guayana francesa, junto con dos satélites de comunicaciones. En estos momentos, se está alejando de la Tierra en círculos cada vez más amplios y continuará así hasta ser atrapada por la gravedad lunar y poder entrar en su órbita. La propulsión eléctrica consiste en obtener mediante paneles solares energía eléctrica que ioniza el gas xenón acelerándolo y, con ello, consiguiendo que propulse la nave. La misión BepiColombo, que irá al planeta Mercurio, se beneficiará de esta demostración de tecnología.

Aunque no sea una misión científica sino tecnológica, de hecho la instrumentación científica sólo pesa 19 kg, con Smart-1 se pretende también aprender más sobre la Luna, como por ejemplo cuál es su composición y su origen, sobre el que se barajan distintas hipótesis. La más aceptada actualmente defiende que hace 4.500 millones de años, cuando se formó el Sistema Solar, un asteroide gigante de una tamaño similar a Marte impactó tangencialmente sobre la Tierra y arrancó parte de ella, que formó la actual Luna. Si ello es cierto, la composición química de nuestro satélite debe mostrarlo.

Precisamente, para realizar un mapa global de la abundancia de algunos elementos químicos (el magnesio, el aluminio, el silicio y, casi seguro, el hierro) viaja en el Smart-1 un espectrómetro de rayos X , en el que es coinvestigador el grupo de Exploración Planetaria de la Universitat Politècnica de Catalunya (UPC), que lidera Ignasi Casanova. Este instrumento podrá cartografiar la Luna en toda su extensión porque la nave se insertará en una órbita polar (es decir, en el plano de los dos polos) muy excéntrica, donde está previsto que permanezca medio año dando vueltas. Como la Luna gira sobre sí misma continuamente, la sonda podrá “ver” toda su superficie.

Este espectrómetro analiza la radiación X emitida por los elementos químicos cuando son activados por la radiación solar. Por tanto, cuanto más radiación haya más se dan a conocer. En principio, los que se buscan son los más abundantes, sin contar el oxígeno, que está ligado a los silicatos; pero si hay fulguraciones solares, que supondrían una radiación adicional, entonces se podría detectar calcio, titanio, manganeso... aunque no globalmente, ya que las fulguraciones son cortas y no hay tiempo suficiente para cartografiar todo el satélite.

Smart-1 completará los datos de la misión americana Lunar Prospector, lanzada en 1998, que detectó hidrógeno, el cual podría estar en forma de agua congelada en los polos, e hizo un mapa de la presencia de hierro. Asimismo, proporcionó datos de uranio, potasio y torio. Con la información química de ambas misiones y el mapa global, el grupo de la UPC se encargará de hacer la identificación y la valoración de distintas zonas de la Luna según sus recursos naturales con vistas a su posible uso en misiones futuras.

Utilizar la Luna como lugar de aprovisionamiento en misiones largas, por ejemplo para un viaje a Marte, es una hipótesis que ha sido planteada con frecuencia. Sin embargo, Ignasi Casanovas opina que antes se convertirá en un laboratorio donde probar la supervivencia de robots y de humanos en un entorno hostil como es el espacio exterior. El gran problema de la exploración humana del Sistema Solar es la radiación. Fuera de nuestro planeta no estamos protegidos de las partículas cargadas del Sol, nocivas para los seres vivos, que en la Tierra son en gran parte desviadas por el campo magnético. Asimismo, la Luna al ser un ambiente estéril es mejor que la Tierra para estudiar muestras de Marte con algún componente biológico.

Casanovas, sin embargo, también destacó la presencia de He3 en la superficie lunar. Se trata de un gas emitido por el Sol que ya no se encuentra en la Tierra porque la atmósfera y el campo magnético impiden su paso y el que había en sus inicios se perdió debido a la actividad del planeta. El He3 es un componente fundamental en el desarrollo de tecnologías de fusión nuclear que contemplan el uso de agua como combustible. Podría ser la solución a gran parte de los problemas energéticos del planeta, según el investigador de la UPC, quien puso como ejemplo que un cubo de agua cubriría la demanda energética anual de una ciudad como los Ángeles, aunque mostró un cierto escepticismo en torno a que ello pudiera lograrse en la práctica.

Otros instrumentos científicos fundamentales de la misión Smart-1, además del espectrómetro de rayos X, son un espectrómetro infrarrojo para hacer mapas de la composición mineralógica de la superficie de algunas zonas de la Luna en muy alta resolución y una cámara óptica que tomará fotografías en gran detalle.

La Luna es el objeto celeste más cercano a la Tierra y, aunque es un satélite puesto que gira en torno a ella, podría ser un planeta y siempre se habla de un sistema doble Tierra-Luna. ¿Quién mejor para ayudarnos a conocer el Sistema Solar?

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El autor

Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.

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