En la Luna no había suficientes cráteres, sólo 100.000 de más de 4 km de ancho. Por ello, a partir del pasado domingo 3 de septiembre, hay uno más. Tiene entre cinco y diez metros de ancho y uno de profundidad.
A diferencia de sus compañeros, no ha sido causado por el impacto de un meteorito errante, de los que diariamente añaden algún hoyo, sino por un instrumento estrellado con premeditación y alevosía contra nuestro satélite. Y no en cualquier lugar, sino en la cara de la Luna que mira hacia la Tierra. De este modo pudimos beneficiarnos con el espectáculo: un pequeño resplandor que iluminó la superficie lunar.
Lo cierto es que de haber continuado en la órbita en la que se encontraba, habría chocado contra la cara oculta. Dos semanas de maniobras a principios de verano permitieron ajustar su trayectoria para que se estrellara en el momento y lugar adecuados para la Ciencia (y los mirones).
Se llamaba Smart-1, y era un pequeño satélite espacial no tripulado de 366 kilogramos de peso y que hubiera cabido aproximadamente en un metro cúbico (a excepción de sus 14 paneles solares). Ya se le había acabado el combustible, por lo que antes o después se precipitaría contra la Luna atraído por su gravedad.
El final controlado de la primera misión europea a la Luna sólo fue visible desde Estados Unidos y el océano Pacífico. El choque tuvo lugar a las 7:41 hora peninsular española (una hora menos en Canarias). Telescopios del mundo entero (Sudáfrica, las Islas Canarias, Sudamérica, los Estados Unidos, Hawai…) se habían puesto de acuerdo para obtener información sobre la dinámica del impacto y la superficie lunar horadada por la nave.
Llegó al "Lago de la Excelencia", una planicie volcánica en el hemisferio sur del satélite. Junto a la línea que separaba en ese momento la mitad diurna de la nocturna, el lugar estaba en la sombra respecto a los rayos solares, pero iluminado por la luz cenicienta (la luz irradiada por la Tierra).
El programa SMART, por Small Missions for Advanced Research and Technology, o "Pequeñas misiones para la investigación avanzada y la tecnología", de la Agencia Espacial Europea (ESA), ensaya nuevas tecnologías en "pequeñas misiones", antes de utilizarlas en grandes proyectos.
En el caso de Smart-1, se trataba principalmente de probar la propulsión eléctrica solar, que consiste en generar un flujo de iones que desplaza el cuerpo con un pequeño impulso continuo. Esta técnica ha sido habitualmente utilizada para posicionar naves en la órbita terrestre, pero no en viajes interplanetarios (sólo lo hizo la sonda de la NASA Deep Space 1 en 1998). Utilizar un motor de iones en lugar de la combustión química tradicional requiere cargar con mucho menos combustible (84 kg de gas xenón en Smart-1), por lo cual es indicado para misiones a gran distancia como la futura BepiColombo al planeta Mercurio (también de la ESA). En contrapartida, el avance es lento.
Smart-1 tardó 14 meses en situarse en la órbita lunar combinando la propulsión eléctrica con maniobras de asistencia gravitatoria. Este satélite fue lanzado en septiembre de 2003 a bordo de un cohete Ariane 5 desde la base de Kourou (Guyana francesa). Primero se ubicó en la órbita terrestre, donde siguió durante meses una órbita espiral hacia el exterior hasta un punto Lagrange, en el cual el vehículo permanece estacionario respecto a la Tierra y la Luna.
Allí abandonó su trayectoria atada a la Tierra y pasó a ser retenido por la gravedad de nuestro satélite, alrededor de la cual giró largo tiempo estudiando su superficie y fotografiándola.
Había miedo de que la misión terminara antes de lo previsto por el desconocimiento de la superficie lunar. Al "volar" más bajo en cada paso, de haber existido un pico desconocido en su camino, el satélite espacial se habría quedado allí para tristeza de los investigadores. Por suerte no fue así.
Cuando percutió contra la Luna, su velocidad era sólo de 2 km/s, mucho menor que la de cualquier meteoroide o artefacto humano anterior. Hace casi medio siglo, la nave rusa Luna-2 fue el primero en estrellarse contra nuestro satélite. Desde entonces, ha habido muchos otros, que no parecen haberlo dañado significativamente. Tampoco hay que temer una posible contaminación puesto que Smart-1 no contiene elementos químicos que no existan allí.
Además de la propulsión eléctrica, esta misión también ensayó nuevos sistemas de radiocomunicación y de navegación autónoma, así como instrumentos científicos miniaturizados en radiación visible, infrarroja y rayos X. Pero no se trataba únicamente de una misión tecnológica: se buscaba conocer más sobre la morfología y composición de la Luna. De hecho, se han obtenido datos sobre los elementos presentes en la superficie lunar que podrían poner en entredicho la teoría más aceptada sobre el origen de nuestro satélite, la del choque de un cuerpo contra la Tierra hace 4.500 millones de años.
Ahora los expertos tienen delante de ellos años de trabajo para analizar toda la información conseguida. Sin embargo, esto no significa el fin de los viajes "Objetivo: la Luna". Al contrario, en un par de años será la nave india Chandrayaan-1 la que irá a nuestro satélite, y ya se están discutiendo posibles colaboraciones internacionales para que el hombre pueda regresar un día no muy lejano.
Mosaico de imágenes (19/08/06) del lugar de impacto previsto para la nave espacial Smart-1. ...
Imagen generada por ordenador que muestra las últimas órbitas de la nave Smart-1 en torno ...
Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
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