Acaba el año, y una vez más nos sorprendemos de cuán rápidamente ha transcurrido; se ha ido volando, repetimos, aunque no sabemos muchas veces en qué.
A los que trabajamos en la divulgación de la Astronomía, el 2009 nos ha parecido todavía más efímero que de costumbre, si es que tal uso del verbo efímero es correcto. Sin embargo, esta vez sí somos capaces de explicar a qué hemos dedicado los 365 días que lo componen: a trabajar más de lo acostumbrado llevando a cabo múltiples proyectos destinados a extender el saber astronómico en diferentes estratos de la sociedad.
La razón del esfuerzo añadido a nuestro quehacer habitual ha sido la celebración del Año Internacional de la Astronomía, declarado por la UNESCO y ratificado por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). La excusa para que este año que ya se termina haya sido astronómico es, como no podía ser de otra manera, una efeméride: los 400 años desde que Galileo apuntó por primera vez su telescopio al cielo.
Así que ha habido profusión de actividades sobre el Universo: conferencias, talleres infantiles y para adultos, exposiciones… iniciativas diversas en formatos distintos para inocular el virus del deseo de saber y de la magia del Universo entre el público asistente. ¿Con qué baremo de infectados? Desconocido.
Cualquier iniciativa educativa pretende, lo reconozca o no, cambiar el mundo para su destinatario potencial, agrandárselo llenándolo de realidades antaño ignoradas. El Universo es un fantástico aliado en tamaña empresa, pues es difícil no adquirir una mayor amplitud de miras cuando uno es confrontado a los tamaños y tiempos, y las magnitudes de las energías, que rigen en él. No sólo somos polvo de estrellas, como afirmó Carl Sagan, en el sentido de que los elementos que nos constituyen fueron en algún momento originados en el interior de estos fulgurantes objetos, sino que también podríamos considerar esta metáfora en su acepción más humilde: somos poca cosa, esto es, insignificantes, casi transparentes, de existencia temporal limitada… en el vasto marco en el que se encuentra la Tierra.
Pero dejemos de no darnos importancia, y regresemos a nuestro planeta, nuestro particular feudo (o eso creen algunos). Volvamos a la divulgación, hecha por y para los seres humanos, lógicamente. Vivimos en un mundo en el que la información está por doquier, antaño jamás había sido tan fácil para un individuo cualquiera, ajeno a los círculos cognitivos, procurársela. En el que sus fuentes de noticias se democratizan, por decirlo de alguna manera, hay una transmisión horizontal del conocimiento, especialmente gracias a Internet, el cual ya no sigue su tradicional camino vertical de los “sabios” hacia el resto de los mortales.
En este mundo informadísimo, quizás habría que incidir en enseñar a discernir qué saber es válido, y no tanto en contribuir a la avalancha de contenidos científicos con un envoltorio más o menos apetitoso. Sin embargo, fomentar el espíritu crítico y la capacidad de cuestionar la letra impresa, por utilizar una metáfora clásica, es infinitamente más difícil. Podría ser un excelente propósito de año nuevo para todos los que trabajamos diseminando erudición (me gusta la palabreja). Y aquí surge una pregunta a la que yo, en todo caso, me declaro incapaz de responder: ¿cómo se enseña a pensar de manera crítica?
Qué hay que hacer para lograrlo, cómo hay que suministrar el saber disponible para conseguir no sólo que una persona recuerde que Plutón ya no es un planeta, sino que se pregunte por qué ya no lo es, se informe sobre los distintos tipos de cuerpos celestes, cuestione la decisión de la Unión Astronómica Internacional y se posicione como resultado de los datos obtenidos y la reflexión realizada.
Creo que les voy a pedir a los Reyes Magos que me traigan la respuesta a semejante pregunta, me ayudaría mucho en mi profesión. Lo sé, lo sé… ¿Por qué no me informo, reflexiono, cuestiono lo que haya que cuestionar y llego a una conclusión por mí misma? Estoy en ello…. Pero no es obvio, y este es el problema, resulta infinitamente más sencillo recibir cultura en una acepción amplia (¡incluye a la ciencia!), e incluso retenerla, que rumiarla, y eventualmente incluso desecharla.
Así que voy a esperar al día 6 a ver si me llega la solución sin demasiado esfuerzo, que son las vacaciones. Además, quién me manda meterme en camisas de once varas, estábamos hablando del Año Internacional de la Astronomía, éste que se acaba para dejar paso al de la Biodiversidad. Los “años de” son un buen invento para fomentar la presencia en la sociedad de una disciplina. En el caso de la Astronomía, además, es un período natural, pues un año corresponde al tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta alrededor del Sol. Así que estamos en el mismo lugar que al principio…. Vaya, ¿o estos 365 días, 5 horas, 48 minutos y 46 segundos “astronómicos” han popularizado la ciencia de los cielos?
Quizás no sólo han atraído a los “convencidos”, que buscan por sí mismos el conocimiento astronómico, sino también a los inmunes a este tipo de iniciativas. Quizás han abierto unas cuantas brechas en ciertas visiones del mundo, quizás han entusiasmado con conceptos antaño inimaginables, quizás han impactado con imágenes espectaculares, quizás han dado respuestas, y quizás han generado preguntas, quizás… Quizás han servido para ser todos un poco mejores, pues compartir dudas y explicaciones enriquece al ser humano. Sólo quizás… Lo que es seguro es que desde caosyciencia queremos desear a nuestros lectores un fabuloso 2010.
Créditos: NASA/NCSA University of Illinois
Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
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