Historia de un dios agradecido

José M. Abad Liñán / 30-08-2007

Los astrónomos tienen que agradecer la bendición divina sobre su trabajo a un rifirrafe entre un hijo que se las daba de dios de dioses y su padre caníbal, y a la hospitalidad que éste recibió parricida de un ser de dos caras. Enseguida aclararemos el embrollo, aunque adelantaremos que no se trata del argumento mezclado de una telenovela con el de un reality show.

En un lugar como el Olimpo, aun siendo tan grande, no había sitio para Cronos y su hijo Zeus. Cronos, que ya en su tiempo había sido un hijo difícil (castró a su padre Urano con una hoz), sufrió el dictamen de sus genes y terminó a la gresca con Zeus, quien a la menor oportunidad lo destronó.

Cabizbajo y desterrado, Cronos vagó durante semanas buscando dónde caerse muerto, y dio a parar con los dominios de Jano en la península Itálica: el Lacio, la tierra de los latinos. Un lugar de paz y bienestar, en el cual Jano había introducido el uso de la agricultura, el dinero y el derecho. Aquel dios era, como Cronos, un dios antiguo, y debió de solidarizarse con el pobre viejo. Se acercó a recibirlo y se presentó: "¡Salve! Me llaman divom deus".

Cronos todavía no sabía mucho latín: "Perdona, ¿cómo dices?". "Significa dios de dioses", aclaró Jano. El griego se puso lívido al oír eso: "Pues mal empezamos, porque así se hace llamar mi hijo Zeus, que si yo te contara lo que me ha hecho...". Después de narrarle todas sus dificultades, entre ellas lo difícil que es sacar adelante a un hijo con tamaña ambición, aunque, eso sí, ocultando el pequeño detalle de haber querido zampárselo y la historia de la querencia de su hoz por los genitales de su padre, Cronos recibió de Jano otras posibilidades para dirigirse a él:

"La verdad es que lo de divom deus queda un poco largo, sí. A ver, puedes llamarme también Ianus, que es mi denominación como sacerdote. Tampoco me importa, apeando el tratamiento, que te dirijas a mí como Quirinus, mi nombre público". Se encontraban precisamente en el monte que los romanos habían bautizado en su honor, el Quirinal. Siglos más tarde allí viviría alguien mucho menos divino, Berlusconi... aunque esa es otra historia.

El caso es que Jano se dejó para el final, a la espera de que su colega griego se hiciera merecedor de su confianza, uno más de sus numerosos apelativos, el menos divulgado, el iniciático. Y eso que se lo decían en la lengua de Cronos, en griego: Αρχω, Arjó, el oculto.

Con el tiempo, Jano, alias divom deus, alias Ianus, alias Quirinus, alias El Oculto, llegó a llevarse tan bien con Cronos (al que, ya que estamos en terreno de los latinos, podemos empezar a llamar Saturno), que lo asoció a su reinado. Y de lo agradecido que le estaba el forastero, se le ocurrió regalarle una facultad extraordinaria a su homólogo romano. A partir de aquel momento, Jano podría verlo todo con una nitidez incomparable. Con una de sus dos caras mirando al pasado y la otra al futuro, era difícil que se le escapara nada. Jano no era el dios del tiempo (dejémosle ese honor al maltrecho Cronos/Saturno), pero sí del principio y del fin de las cosas. Y también el del acceso a ellas, el dios de las puertas. Esto condujo a los romanos a bautizar al primer mes del año como Ianuarius (el actual enero), el mes de Jano. Este dios también da nombre a un satélite, precisamente de Saturno, que casi comparte órbita con otro, Epimeteo, lo que supone una rareza entre los satélites del Sistema Solar.

Dios del acceso, de lo oculto, del principio, del final, de la visión nítida. Mucho tienen que ver los atributos de Jano con lo que los astrónomos persiguen en su trabajo diario. Al fin y al cabo, la Astronomía es la ciencia que con mayor empeño persigue unir el pasado más remoto con el futuro más lejano, desvelar lo que permanece más oculto al alcance de los humanos, acceder a las realidades más diferentes a las de nuestro entorno cotidiano, afinar y ampliar la capacidad de visión del hombre más allá del rango limitado de señales electromagnéticas que nuestros débiles ojos pueden captar. La historia del conocimiento del cielo es la historia de la ampliación del concepto de ver a través de unos sucesivos logros técnicos que no dejan de ser reencarnaciones, cada vez más fidedignas, del mito de Jano, el dios de los astrónomos.

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El autor

José M. Abad Liñán es Licenciado en Periodismo. Actualmente es responsable de comunicación del Año Polar Internacional en España y colaborador del suplemento "Futuro" de El País.

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