Aurora

Annia Domènech / 23-11-2007

"Luz sonrosada que precede inmediatamente a la salida del Sol", pero también "principio o primeros tiempos de algo".

Éstas son algunas de las definiciones de una bella palabra escogida para designar la exploración europea del espacio en los próximos años. Y que resulta muy apropiada por su sentido de comienzo y la esperanza que transmite, así como por sus acepciones más científicas, pues aurora es también el nombre del mágico fenómeno luminoso que ocurre cerca de los polos magnéticos como resultado del choque de partículas solares cargadas eléctricamente con la atmósfera terrestre.

Vayamos por pasos o, mejor dicho, por giros orbitales. La ESA (Agencia Espacial Europea) empieza a trabajar en el enorme mercado espacial, donde uno de los productos más exitosos es la tecnología, imprescindible para obtener conocimiento sobre asteroides, satélites, planetas... Pero la tecnología exige una fuerte inversión, y gente, mucha gente, motivada para discurrir nuevos modos de pensar y hacer: ingenieros, físicos, químicos, secretarios, economistas, administradores… El Programa Aurora, de siete años de vida pues comenzó en 2001, lo que hace es proporcionar el marco para la realización de interesantes proyectos espaciales.

Son los primeros tiempos de la presencia del viejo continente más allá de las "fronteras" de la Tierra, incluyendo dentro de éstas la órbita cercana en la cual transita la Estación Espacial Internacional, (ISS, en sus siglas en inglés). Dicha estación se encuentra a sólo 400 km de la Tierra, un trayecto que sobre nuestro planeta es posible recorrer en coche en tres o cuatro horas. La Luna, un "poco" más lejos, a 400.000 km. Y Marte, a nada menos que 400 millones de km, cuando la Tierra se encuentra en su afelio y Marte en su perihelio, posición en la que ambos planetas están más alejados uno del otro. Es decir, el satélite se encuentra 1.000 veces más lejos de nuestro planeta que la ISS, y Marte 1.000.000 (106) veces.

En el Universo las distancias son muy grandes, tanto que para medirlas se utiliza el año luz, que es la distancia que la luz recorre en un año a su elevada velocidad de 300.000 km/s. Dentro de ese marco, nuestra estrella y los ocho planetas que giran en torno a ella son bien poca cosa. Sin embargo, para nosotros, que habitamos en uno, el de color azul, revisten gran importancia. Explorar el Sistema Solar y, cómo no, ir al encuentro de la desconocida, y no se sabe si real, vida extraterrestre es la intención del Programa Aurora. En él, revisten especial protagonismo Marte, por su cercanía y similitud a la Tierra, y porque desearíamos ir; y la Luna, como lugar para repostar durante la aventura marciana. También por ser el satélite terrestre: los humanos la pisamos hace años y querríamos regresar. No hay que olvidar a los asteroides, y el interés que despierta la remota posibilidad de impacto contra nuestro planeta.

Viajar sin abandonar la Tierra ya es complejo. Aunque en las últimas décadas se haya facilitado enormemente, no hay que olvidar a los grandes exploradores que perecieron intentando alcanzar lugares todavía hoy de difícil acceso. Nadie se adentra sin precauciones en el desierto o los polos. Y eso que el oxígeno está por doquier, o casi, puesto que disminuye con la altitud… No ocurre lo mismo en la Luna o Marte, donde hay que asegurar su suministro a los astronautas, los cuales, a su vez, están obligados a transportarlo con ellos cuando se pasean fuera de las naves. La necesidad de respirar es sólo una de las "flaquezas" humanas. Hay muchas más, como el requerimiento de nutrientes y la vulnerabilidad a la radiación procedente del espacio.

Precisamente en Marte, la gran cita pendiente, su atmósfera no filtra la radiación ultravioleta y los niveles de oxidación son muy elevados, de ahí su característico color rojo, que recuerda apropiadamente al hierro oxidado. Los primeros europeos en pisarlo serán seres robóticos, menos exigentes que los humanos y, por ello, los que van siempre de avanzadilla en la exploración espacial. Es divertido pensar que, si fueran camuflados, los exploradores de Marte no tendrían que vestir de caqui, sino de rojo. Ellos se encargarán de conseguir información para que la aventura humana subsiguiente tenga más probabilidades de éxito. Recabarán datos geoquímicos, biológicos y ambientales, y también encontrarán el mejor lugar para el amartizaje.

Se calculan dos años de media de viaje para una ida y vuelta al Planeta Rojo, pero hay muchos factores en juego. Podría creerse que hay que evitar tener que recorrer una distancia de 400.000 millones de km, la más grande entre los dos planetas, programando el lanzamiento para cuando estén más próximos. No es obvio, pues hay que llegar a un compromiso entre el trayecto y el tiempo de "vida marciana" de los astronautas. Sin defensores autóctonos pues, hasta que se demuestre lo contrario, el planeta está deshabitado, la empresa es difícil por las condiciones en extremo duras del lugar: radiación ionizante y la posible toxicidad del polvo marciano, por ejemplo. Éstas pueden ser el gran enemigo de la empresa, como lo fue el frío del invierno ruso para Napoleón. A diferencia de los robots, los astronautas no sólo tienen que llegar hasta Marte, también regresar a la Tierra.

Ello no significa que no se programe la vuelta de los robots. Una de las misiones en curso del Programa Aurora, la Mars Sample Return (MSR) pretende, como su nombre indica, traer muestras del suelo de Marte para su estudio. Es un desafío tecnológico, que requerirá cinco vehículos: el de ida, el orbitador en torno al planeta, el módulo de descenso, el de ascenso y el de regreso a la Tierra, que seguirá una trayectoria balística. Como en un juego para niños, pero extremadamente complejo, el todo se convertirá en piezas, que a su vez tendrán que encajar en determinados momentos entre ellas y transmitirse información. Hacer que esto ocurra a cientos de miles de millones de km, es todo un reto.

La otra gran misión europea a Marte es ExoMars, cuyo lanzamiento está también previsto, como el de MSR, para 2011. Constará de una nave para llegar y orbitar en torno al planeta, de un módulo de descenso y de un rover. Esta misión analizará in situ muestras del terreno que el róver obtendrá perforando hasta dos metros bajo marte (equiparando la expresión con bajo tierra). Estudiará, con el equipamiento denominado Pasteur en honor al insigne químico y microbiólogo francés Louis Pasteur, la geología y exobiología del lugar. La vida que el ser humano es capaz de concebir tiene necesidad de agua, que en Marte se encuentra atrapada como hielo en los polos, en el permafrost y algunas trazas en la atmósfera. El homenaje a Louis Pasteur es pertinente, pues el tipo de vida extraterrestre que se espera poder encontrar es una comunidad microbiana, que viviría enterrada para evitar la ionización. Pasteur se dedicó al estudio de los microorganismos, y su responsabilidad en las fermentaciones y algunas enfermedades, y desarrolló, a partir de ellos, vacunas.

Marte no resulta un sitio accesible: no lo es para llegar a él ni tampoco para desplazarse sobre su superficie. El más atractivo de los objetivos del Programa Aurora puede ser en un futuro responsable de alguno de sus fracasos, que realmente no serían tales, pues el desarrollo tecnológico y el aprendizaje cognitivo que aporta cualquier misión van sumándose. Hay que ser conscientes de la enorme dificultad de la exploración espacial, pero sin pesimismos. El Universo está allí fuera, esperando. Y Europa aquí, dispuesta a conocerlo mejor, consciente de que, tras despuntar la aurora, llega el día.

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El autor

Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.

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