Europa, un océano bajo el hielo

Ángel Gómez Roldán / 21-07-2005

Hablamos de una Europa mucho más vieja y exótica que nuestro continente: una de las lunas de Júpiter. En la mitología griega, Europa era una princesa fenicia que fue secuestrada por el dios Zeus a la isla de Creta.

Galileo Galilei descubrió, en 1610, los cuatro mayores satélites de Júpiter, que recibieron los nombres de las amantes del dios griego: Ío, Europa, Ganímedes y Calisto. Curiosamente, la Europa mitológica fue raptada a orillas del mar, y uno de los mayores objetivos científicos del siglo XXI es la investigación del mar de la luna Europa.

De los cuatro satélites galileanos, Europa es el menor de ellos. Segundo en distancia al planeta Júpiter después de Ío, su tamaño, 3.138 km de diámetro, es ligeramente inferior al de la Luna terrestre. A una distancia aproximada de 671.000 km, tarda unos tres días y medio en girar alrededor del planeta. La composición interna y densidad de Europa e Ío son similares a las de los planetas de tipo terrestre, constituidos mayormente de rocas de silicatos. Sin embargo, Europa tiene una fina corteza exterior de hielo, con un grosor variable estimado de entre 20 y 60 km. Datos de la sonda Galileo de la NASA indican que posee una estructura interna en capas, y quizás un pequeño núcleo metálico en su centro.

La superficie de este satélite no tiene parangón en todo el Sistema Solar. Destaca por ser extraordinariamente lisa: apenas unas pocas elevaciones o depresiones superan los cientos de metros de altura. Las marcas en forma de líneas oscuras en las imágenes de las sondas espaciales no poseen casi relieve. Y, al contrario de lo esperado, hay muy pocos cráteres de impacto, de hecho sólo se conocen tres con un tamaño superior a los 5 km de diámetro. Esto parece indicar que su superficie es joven y, por tanto, activa. Algún tipo de proceso la remodela constantemente, borrando las cicatrices de las colisiones de meteoritos.

En la primavera de 1979, en sus rápidos sobrevuelos del sistema de Júpiter, las dos sondas Voyager no obtuvieron mucha información sobre Europa, pero en cambio Galileo (en órbita joviana de 1995 a 2003), permitió realizar once aproximaciones cercanas al satélite, que confirmaron la hipótesis de una superficie muy reciente. Las fotografías de alta resolución, algunas obtenidas a apenas unos centenares de kilómetros de distancia, muestran regiones que semejan campos de témpanos en los deshielos primaverales de los polos terrestres, con placas de hielo del tamaño de ciudades claramente fragmentadas y desplazadas unas respecto a las otras.

Uno de los mayores logros científicos de esta misión fue deducir que bajo la corteza congelada de esta luna pudiera existir un océano de agua de algunas decenas de kilómetros de profundidad. Se mantendría líquido debido al calor generado por las fuerzas de marea gravitatorias inducidas por el planeta Júpiter, también responsables del intenso volcanismo de Ío. Este hecho hace que Europa sea uno de los pocos lugares del Sistema Solar que poseen agua líquida en cantidades importantes.

Las líneas oscuras que la cruzan, dándole el aspecto de una intrincada telaraña sobre una canica de hielo, son el rasgo superficial más acentuado de este satélite. Las mayores miden cientos de kilómetros de longitud por sólo unos pocos de anchura, y algunas muestran una banda central de un color más claro. Los geólogos planetarios piensan que se trata de fracturas en la corteza de hielo debidas tanto a una actividad tipo geiser como al movimiento convectivo del océano inferior: ambos rejuvenecerían la superficie.

Observaciones realizadas desde la órbita terrestre por el Telescopio Espacial Hubble revelan que Europa posee una tenue atmósfera compuesta principalmente de oxígeno. Del centenar de lunas mayores conocidas en el Sistema Solar, sólo seis (Ío, Ganímedes y Calisto en Júpiter; Titán y Encélado en Saturno; y Tritón en Neptuno) tienen atmósferas propias, pero la única de cierta entidad es la de Titán. Sin embargo, el oxigeno de la enrarecida atmósfera europeana no es de origen biológico como el terrestre, sino que probablemente se crea por la acción de la luz solar y el choque de partículas cargadas en su superficie helada. Su impacto produce vapor de agua que se disocia en hidrógeno y oxígeno: el primero escapa al espacio exterior, mientras que parte del segundo queda retenido por la gravedad de la luna.

Galileo también descubrió que Europa posee un débil campo magnético que varía periódicamente cuando en su órbita cruza la potente magnetosfera de Júpiter. De hecho, una de las pruebas más determinantes de la existencia de un océano de agua líquida salada bajo su superficie procede de las medidas de un material conductor subterráneo. Cuando el 3 de enero del año 2000 la sonda sobrevoló a 351 km de altura el satélite, su magnetómetro estudió las alteraciones en la dirección del campo magnético de éste, y detectó cambios direccionales previsibles en caso de tener en su interior una capa de material conductor de la electricidad como es precisamente el agua salada. Este tipo de observaciones han permitido a los científicos inferir que es muy posible que los otros dos satélites galileanos exteriores, Ganímedes y Calisto, posean asimismo océanos de agua salada, aunque a mucha mayor profundidad y sin que afloren a la superficie.

Como Europa está "calentada" por las fuerzas de marea (al igual que Ío), una pregunta fascinante es si podría contener algún tipo de vulcanismo o actividad termal, quizás oculta bajo una gruesa capa de hielo, protegida de la radiación exterior. Ello la convertiría en candidata a la existencia de vida en sus formas simples. Sólo hay que recordar los organismos de algunos fondos abisales terrestres, que habitan alrededor de las chimeneas termales de los suelos oceánicos sin necesitar la energía del Sol. Es sugerente establecer un paralelismo con los igualmente oscuros fondos marinos de Europa.

La NASA propuso hace un par de años una misión llamada JIMO (Jupiter Icy Moons Orbiter, u Orbitador de las Lunas Heladas de Júpiter), una ambiciosa sonda robot que sería lanzada alrededor de 2015, alimentada y propulsada por un reactor nuclear de fisión. Su objetivo sería orbitar a lo largo de varios meses las lunas Europa, Ganímedes y Calisto sucesivamente para estudiar en detalle sus océanos subterráneos. No obstante, la agencia espacial americana ha "congelado" este proyecto, por lo que, de momento, los misterios de Europa habrán de esperar.

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El autor

Ángel Gómez Roldán es Divulgador científico especializado en astronomía y ciencias del espacio, y director de la revista "AstronomíA".

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