Un arco iris de imágenes

Natalia R. Zelman / Annia Domènech / 21-01-2003

La luz se filtraba por las rendijas de las persianas. Despierto, abrió un ojo. Asustado, lo volvió a cerrar. El mundo ya no era como lo recordaba. Volvió a intentarlo y había cambiado otra vez. ¿Lo estaría mirando con malos ojos y por eso no lo reconocía?

El hombre sólo ve en el visible, de ahí el nombre de este tipo de radiación, que es una entre muchas. Respecto al resto, permanece en la oscuridad. Pero si un día, de repente, lanzara una nueva mirada a su alrededor...

La vida depende del cristal con el que la miras. El cielo, también. Un mismo objeto astronómico puede protagonizar una imagen espectacular en colores rojizos y amarillos y, en cambio, aparecer en otra deslucido, en grises mortecinos. La razón de este cambio no es que un día tenga buena cara y al siguiente no haya dormido bien. Es simplemente que el tipo de radiación reflejado en las dos fotografías no es el mismo.

Los objetos del Universo son percibidos porque emiten radiación. Ésta puede ser de diversos tipos -que en conjunto conforman el espectro electromagnético- clasificados según su longitud de onda (la distancia entre dos crestas de una onda) o su frecuencia (que es simplemente la inversa de la longitud de onda) en radioondas, microondas, radiación infrarroja, luz visible (con los diferentes colores, del rojo al azul), radiación ultravioleta, rayos X y rayos gamma. Las radioondas son las de menor frecuencia y los rayos gamma las de mayor.

El ojo humano, por ejemplo, es un dispositivo que es sensible en el rango de la luz visible. Es un órgano de precisión formado por lentes y un diafragma que regula la cantidad de luz que entra. La luz que llega al ojo es dirigida por la córnea, que actúa como una lente convexa; seleccionada por el iris, un conjunto de músculos radiales y circulares que agrandan cuando hay poca luz y empequeñecen cuando hay mucha la pupila; atraviesa el cristalino, una lente cóncava cuya elasticidad hace posible un enfoque correcto a diferentes distancias; llega a la retina, donde los pigmentos de los conos y bastones experimentan cambios bioquímicos y, a través del nervio óptico, transmiten la información al cerebro, que la interpreta.

Hasta hace dos siglos se desconocía la existencia de otra luz que no fuera la que captan nuestros ojos. Al descubrir que, más allá de lo que vemos, hay una radiación electromagnética compuesta por fotones que actúan en diferentes longitudes de onda, todas las leyes de la física se revolucionaron.

Afortunadamente, estas formas de radiación invisibles se pueden detectar, con la instrumentación adecuada, y utilizar: radioondas, en las comunicaciones; microondas, en los sistemas de radar y la vida doméstica; radiación ultravioleta, que activa la melanina de la piel; rayos X, habituales en medicina; rayos gamma, ondas de energía que, al igual que los rayos X y los ultravioleta, pueden dañar los tejidos humanos; y el infrarrojo, que aparece como calor. A lo largo de la historia, esa parte de la radiación que no vemos ha impulsado el desarrollo en beneficio del hombre.

Pero no sólo en la Tierra resulta útil. El Universo sería un libro todavía más cerrado (ya lo es bastante por la dificultad de su estudio) si no se hubieran logrado analizar estas radiaciones, cada una de las cuales da una explicación diferente, pero complementaria, de lo que ocurre por allí arriba. En un telescopio, dispositivos diferentes permiten escoger la longitud de onda a la cual se quiere observar un objeto y, por tanto, mostrar facetas distintas del mismo. La radiación es el mensajero que muestra como es un objeto. Si se varía el tipo de mensajero, la información recibida también cambia.

En una cámara fotográfica, si comparamos la parte óptica que controla la cantidad entrante de luz con las partes del ojo que ejercen estas mismas funciones, la película o detector equivaldría a la retina: la parte que recoge y analiza la luz. El detector de un telescopio, un dispositivo basado en las leyes de la física y la electrónica, es algo parecido. Al entrar en contacto con los fotones, un determinado material sensible a la luz libera electrones y los almacena en un pozo de electrones. Un píxel es cada una de las células sensibles a la luz, una estructura de detección capaz de almacenar electrones con unas dimensiones del orden de unas diez veces la milésima parte de un milímetro. Luego, esto se transforma en señales eléctricas que son traducidas a datos digitales para el ordenador. La imagen está lista para ser tratada.

Como ejemplo de cómo cambia un objeto según la longitud de onda en la que se observa, se han recolectado dieciocho fotografías solares, tomadas el mismo día desde varios observatorios, e incluso desde telescopios en el espacio.

Comentarios (0)

Compartir:

Multimedia

El autor

Natalia R. Zelman es Licenciada en Traducción e Interpretación. Actualmente trabaja en el Instituto de Astrofísica de Canarias como periodista.

Ver todos los artículos de Natalia R. Zelman

Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.

Ver todos los artículos de Annia Domènech

Glosario

  • Luz
  • Espectro electromagnético
  • Longitud de onda
  • Frecuencia
  • Radioondas
  • Microondas
  • Infrarrojo - IR
  • Visible
  • Ultravioleta
  • Rayos x
  • Rayos gamma
  • Telescopio
  • Lentes
  • Detector
  • Píxel