Los espejos ilustrados

Natalia R. Zelman / Annia Domènech / 18-08-2003

Al descubrir su reflejo en un estanque u otras superficies más o menos pulidas de la naturaleza, el hombre comenzó a interesarse por su aspecto. Esto pudo provocar que en la Edad de Bronce empezara a pulir metales para conseguir una imagen más nítida y brillante de sí mismo.

En el Neolítico, unos seis mil años antes de Cristo, los chinos descubrieron que al pulir una aleación de cobre y estaño (el bronce) se obtenía una superficie reflectante. Con el tiempo, los espejos de bronce se convirtieron en elementos importantes en la vida del pueblo chino. Se utilizaban como regalo; protección ante los malos espíritus y otras desgracias; como objetos funerarios con el fin de iluminar la oscuridad para los muertos [Libro de la dinastía Sung del Sur (1127-1279), escrito por Chu Mi]; e incluso en la arquitectura, como símbolos protectores. Algunos de estos espejos tenían superficies sumamente cóncavas para manipular al máximo los reflejos de la luz y poder descubrir, en algunos casos, la forma de los demonios...

En el antiguo Egipto, la consecución de la belleza debía de estar relacionada con el uso de espejos. En las cortes faraónicas, la cosmética (pelucas, maquillaje y cremas) era de uso diario. Incluso se han encontrado restos de metales pulidos en varias tumbas. Los etruscos y los romanos también fabricaron espejos de bronce grabados con figuras procedentes de la mitología y las leyendas. Estas obras de artesanía eran utilizadas por las mujeres de las clases sociales más altas.

Arquímedes, uno de los grandes científicos de la antigüedad, inventó diversas armas, como los espejos ustorios, espejos parabólicos cóncavos de gran radio de curvatura. Con ellos defendió Siracusa (Sicilia), su ciudad natal. Aprovechando la capacidad de reflexión que tienen, concentró la radiación de la luz solar en los barcos enemigos de la flota romana y logró que ardieran.

Leonardo da Vinci, inspirado por Arquímedes, diseñó varias máquinas para tallar espejos de gran tamaño y radio de curvatura. Sin embargo, es probable que, como con otros diseños suyos, nunca llegara a materializarlos.

Para los griegos, el espejo era un elemento femenino para el acicalamiento y la aplicación de maquillaje, que consideraban engañoso, ya que ocultaba defectos que el hombre tenía derecho a conocer. Entre los hombres, su uso era considerado vergonzoso y denotaba un cierto afeminamiento. Muestra de este rechazo es el mito de Narciso, enamorado de su propio reflejo e incapaz de dejar de contemplar su rostro, lo que desencadenó su muerte.

Sócrates, en cambio, recomendaba a sus discípulos que se miraran al espejo. Afirmaba que, si eran hermosos, su visión les ayudaría a tomar conciencia de su aspecto y hacerse dignos de él. Si, por el contrario, eran feos, debían cultivar su espíritu para compensar esa falta de belleza.

Durante los primeros siglos de la Edad Media, hay una época proclive al uso del tocador; pero las epidemias y guerras, la austeridad y la falta de higiene hicieron mella en los hábitos. De nuevo, se acusa a las mujeres de utilizar el espejo para maquillarse y, de este modo, ocultar la creación divina.

Hacia 1507, ya en la Edad Moderna, dos artesanos de la ciudad italiana de Murano inventaron los primeros espejos de vidrio con una fina capa de metal reflectante encima. Este descubrimiento impulsó la creación de un gremio. Si alguien revelaba el secreto de su fabricación a un extranjero, podía ser condenado a muerte, sin duda debido al alto precio de los espejos en aquella época, un lujo destinado a los más pudientes.

El uso de espejos en los telescopios fue introducido en 1668 por Isaac Newton, quien intenta utilizarlos para eliminar la aberración esférica, causada por el desenfoque en los bordes de la lente. Se trata de un problema observacional que hace que la imagen observada sea diferente a la real, e incluso confusa. Con un espejo cóncavo se soluciona; sin embargo, las aportaciones de Newton tuvieron que esperar hasta que la tecnología pudo fabricar espejos cuyas superficies fueran lo bastante curvas.

Después de Newton, se sucedieron las combinaciones de lentes y espejos. Guillaume Cassegrain inventó el telescopio reflector catadióptrico; James Gregory logró un sistema similar; y Bernard Schmidt añadió una lente al diseño de Cassegrain para corregir un tipo de aberración, dando lugar el telescopio Schmidt-Cassegrain.

Y así sucesivamente. Un científico tras otro, combinando lentes y espejos, hasta la actualidad. Estos telescopios que utilizan un espejo cóncavo para recoger la radiación y enfocarla en un plano se denominan reflectores y con ellos se han hecho grandes descubrimientos, como la expansión del Universo de Edwin Hubble.

Hay telescopios reflectores de diferentes tamaños. Los más recientes son muy espectaculares, con espejos de una pieza de unos ocho metros de diámetro. Por ejemplo, los telescopios VLT (Very Large Telescope), en Chile; y el Subaru, en Hawai.

Actualmente, se utilizan cada vez más espejos primarios segmentados, es decir, varios espejos coordinados que componen uno sólo. Esto es así porque facilitan que la superficie sea mayor. De este modo, se ha llegado a los 9,2 m del Hobby-Eberly Telescope (HET), en Texas; los 10 m de los dos telescopios Keck en Hawai; y los 10,4 m del Gran Telescopio CANARIAS (La Palma, Islas Canarias).

El material más apreciado como capa reflectante de los espejos es la plata, aunque también se han utilizado otros como el galio (Ga) o el indio (In). En 1857, Jean Foucault depositó una fina película de plata sobre una superficie de cristal para los espejos de los telescopios, aplicando el descubrimiento del químico alemán Justus von Liebig. Desde entonces, el baño de plata se convirtió en el recubrimiento por excelencia de los espejos de los telescopios, aunque más tarde se sustituyó por el de aluminio.

Finalmente, es importante diferenciar entre los espejos de los telescopios y los comunes porque, aunque similares, son diferentes. Los primeros son espejos cóncavos compuestos por un material recubierto por una película de plata o aluminio, que es la superficie reflectante. Cuando esta película se desgasta, hay que reponerla. En cambio, los espejos comunes son planos y consisten en un cristal, a través del cual nos miramos, con una capa reflectante en su parte posterior, que se suele proteger con una cubierta para evitar que se estropee el material que permite que nos veamos.

Todos los espejos son un poco mágicos. Al fin y al cabo, con ellos podemos ver en escalas de tiempo y espacio tan cercanas como nuestro reflejo y, también, tan distantes como las galaxias más lejanas.

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El autor

Natalia R. Zelman es Licenciada en Traducción e Interpretación. Actualmente trabaja en el Instituto de Astrofísica de Canarias como periodista.

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Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.

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