La ciencia descansa este verano a la bartola, junto a la piscina. No hay financiación por el tema de la crisis, así que mejor dejar estar el avance del conocimiento por el momento. Dan igual unos meses más o menos, vistos los miles de años transcurridos desde que comenzó a existir. Ella es bastante paciente, lo aprendió por fuerza. Al principio la ponía de los nervios estar siempre a la espera de que se descubriera algo.
También es optimista, y este detalle de su carácter sí que forma parte intrínseca de su manera de ser, de otro modo no podría existir. Lo corrobora su historia, desde que el primer ser humano se preguntó por la razón de algún fenómeno y le contó su conclusión a un congénere, sus descendientes no han cesado de hacerse más y más preguntas. Con este planteamiento, se deduce que su existencia se remonta a la Prehistoria, mucho antes de que surgiera la escritura.
Hace unos cuantos siglos se denominó ciencia al conjunto de las respuestas que los investigadores, aunque no se llamaran así, iban obteniendo, y a las que obtendrían en un futuro. Es un nombre que a ella personalmente le gusta bastante, en español procede del latín scientia, que quiere decir conocimiento. Y en muchos otros idiomas la palabra homóloga significa algo equivalente, sea su origen también latino (siyensiya, scienza, science, ciencia…) o no (wissenschaft). Esta coincidencia en el significado del término empleado para denominarla, a la ciencia le parece muy apropiada, puesto que considera que el deseo de comprender es algo que trasciende las fronteras, y uno de los caracteres que diferencian a la especie humana de los demás animales.
Si hay una civilización que en la mente popular restará para siempre asociada a la búsqueda de un saber total e interrelacionado, que incluiría lo que en la actual compartimentada ciencia atañería a muchas disciplinas distintas, ésta es la griega: Tales de Mileto, Anaximandre, Pitagoras, Platón, Aristóteles, Arquímedes, Ptolomeo, Hipócrates… son nombres familiares para el gran público. Sus logros, innegables, son casi de la leyenda. Hubo otras culturas antiguas que también afrontaron las incógnitas existentes en su época: India, China, América, Egipto, Mesopotamia…pero es generalmente aceptado que la ciencia crítica, en sus inicios muy interrelacionada con la filosofía, apareció en Grecia.
La palabra ciencia en griego moderno se pronuncia "epistími", procede del griego antiguo y podría traducirse como "en posesión del conocimiento". Y el de esta cultura fue poseído, y transmitido, por diferentes civilizaciones: el Imperio Romano, el Islam, la Edad Media europea y el Renacimiento. Y llegó la revolución científica, que tuvo lugar cuando Copérnico estableció que la Tierra gira en torno al Sol, y no a la inversa. Esto dio paso a la ciencia moderna, todavía deudora de los sabios griegos. La misma que está bronceándose, aprovechando que está en Europa, donde ahora mismo es verano a causa de la posición, e inclinación, del planeta Tierra en el recorrido por su órbita.
Amodorrada, continúa reflexionando sobre la coyuntura actual. Hay una cuestión que le molesta en particular, y es la dependencia en la que se encuentra. Es plenamente consciente de que su futuro está indisociablemente ligado al de la tecnología, hoy no puede avanzar sin ella.
Cuando el ser humano no pudo aprender más solo, desarrolló la ayuda que necesitaba: microscopios, telescopios, espectrógrafos, aceleradores de partículas… Y por supuesto los ordenadores, que operan estos instrumentos. También "piensan": realizan cálculos, simulaciones, programan… e incluso aprenden de sus errores. Pueden realizar funciones inabarcables para el cerebro humano, que por tanto ha sido capaz de crearlos. A veces se utiliza el término inteligencia artificial para hablar de sus habilidades. Todavía necesitan, sin embargo, de la natural, la humana, para interpretar su trabajo.
La ciencia es consciente de que tiene que reconciliarse con la situación. Ella fue la primera que se alegró del uso de los primeros instrumentos inventados: sextantes, catalejos, pesas, destiladoras… Todo por el avance del conocimiento. Pero ahora le da la impresión de que la tecnología está adquiriendo demasiado protagonismo en detrimento del suyo propio, sabe que son tonterías, que la necesita, ahora mismo va a ir a hablar con ella. La mira de reojo, sentada en el otro extremo de la piscina. También está de asueto, lógicamente, pues su desarrollo exige grandes inversiones, y como a veces los humanos olvidan el valor intrínseco que posee el saber por sí solo, lo primero que recortan en tiempos de crisis son los medios dedicados a su obtención. Hay que ver lo poco que saben todavía, pese a haber aprendido tanto.
Autor: Anthony Baillard
© caosyciencia.com
Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
Ver todos los artículos de Annia Domènech