La belleza en la ciencia

Annia Domènech / 30-11-2004

Bajar por una rampa en torno a una acariquara, el árbol de la vida, es el modo de descender a un nuevo reto de la comunicación científica, en su mayor parte bajo tierra.

Vuelta a vuelta, el visitante de Cosmocaixa Barcelona empieza a sospechar que se introduce en un mundo que se enseña desde una perspectiva poco habitual. Abarca de lo más grandioso a lo más pequeño, y está compartimentado siguiendo una clasificación que divide la materia en inerte, viva, inteligente y civilizada. O, visto de otro modo, relata el camino recorrido desde las partículas más elementales hasta la cultura humana.

Pretende avanzar respecto al uso de botones y manivelas y fomentar la interactividad no sólo en el aspecto manual, sino también en el mental y cultural. Para ello, muestra objetos reales o casi, con reproducciones como las de los homínidos. Relaciona cada sección con un material: piedra para la inerte; madera para la viva; vidrio para la inteligente; hierro y vidrio para la civilizada.

Todo comenzó hace 13.700 millones de años con una gran explosión, el Big Bang, que creó la materia-energía y el espacio-tiempo. El Universo era estéril, pero las leyes fundamentales de la naturaleza ya eran válidas. Hoy explican el mundo tal y como lo conocemos. Ponerlas a prueba es uno de los divertimentos inertes. Comprobar si los cuerpos caen siempre a la misma velocidad, percibir cómo se transmite la luz y el sonido, o experimentar los efectos de la inercia, entre otros.

Un muro geológico de 65 m de longitud nos adentra en la Tierra. Muestra de un modo rotundo la erosión superficial por el agua y el viento, así como el vulcanismo y la formación de pliegues. Está compuesto por siete cortes de roca distintos: pizarras de León, sales potásicas de Súria, areniscas de Puig-reig, varvas glaciares de Brasil, calcarenitas de Mallorca, gredas volcánicas de la Garrotxa y calcáreas de Crespià..

Qué es la vida y cómo empezó: dos importantes preguntas con respuestas controvertidas. La Materia viva se desmenuza en: Evolución, Complejidad, Anticipación, Acción e Incertidumbre, nombres de prosa para una realidad prosaica: la existencia de un ser demanda unos requerimientos mínimos. Los primeros seres aparecieron hace 10.000 millones de años tras la formación del Universo y su convivencia llevó al desarrollo de ecosistemas distintos.

En un entorno determinado, los seres vivos se adaptaban o desaparecían. En muchos casos, evolucionaron incrementando su complejidad. En otros, optaron por un traslado a tiempo. La colonización terrestre, el paso de pez a anfibio y reptil, con adaptaciones fisiológicas para respirar y desplazarse, es muy representativa. El diseño de algunos seres, como determinadas bacterias, era tan bueno para su medio que se ha mantenido hasta hoy.

La naturaleza prefiere unas formas a otras. Sus favoritas son la esfera, el hexágono, la espiral, la hélice, el ángulo, la onda, la catenaria y el fractal. El hombre, además, las ha imitado para sus propósitos. Confunde verlas con distintas finalidades. Distinguir entre un huevo, un canto, una bala de cañón y una escultura no es siempre tarea fácil. Requiere una cierta inteligencia.

Materia inteligente es sin duda un concepto abstracto, que ha sido personalizado en un eminente científico, Santiago Ramón y Cajal, y su gran hallazgo, un tejido nervioso constituido por células independientes: las neuronas. Comparar tejidos cerebrales permite ver como un incremento en su complejidad ha ido asociado a una inteligencia más especializada. Procesar la información externa y ser capaz de reaccionar adecuadamente podría ser una definición de “ser inteligente”.

Hay muchas estrategias distintas para sobrevivir, que es de lo que se trata. Los insectos protagonizan una de las más fascinantes con su compleja organización social. Algunos de ellos perpetuados en ámbar, que les sorprendió deteniendo su tiempo, muestran instantes de su vida interrumpida. Son joyas transparentes, como la de un grupo de hormigas que, hace veinte millones de años, no logró evacuar a tiempo su hormiguero ante una inundación de resina.

Representar el mundo mediante símbolos que permitan contarlo es, quizás, lo que permite que aparezca la cultura y la civilización. La Materia civilizada no fue un logro inmediato, sino el resultado de un proceso lento de evolución fisiológica y despertar de la conciencia. Plagado de logros como el bipedismo, el habla o la escritura; recorrer este camino ayuda a entender de dónde venimos.

Esa inteligencia simbólica que permite verbalizar conceptos se encuentra en su versión más literaria en Cosmocaixa Barcelona, una gran ampliación del antiguo Museo de la Ciencia. En ocasiones, los módulos recuerdan a esculturas y, a veces, lo son, como es el caso de La escultura superelástica, un bloque de acero que baila sobre unas finas varillas muy flexibles.

Un bosque amazónico de 1.000 m² con más de cincuenta especies de animales distintas y una vegetación mezcla de realidad y ficción es un particular zoológico, con los mismos pros y contras que cualquier otro. Olores, sonidos y un bochorno característico acompañan un recorrido con visiones subterráneas, subacuáticas y aéreas.

La ciencia se reparte un gran espacio, también fuera del museo. Una plaza pública contiene distintos módulos para pensar y permite espiar alguna zona interna. No la de los iguanodones, unos esqueletos de dinosaurio belgas que están de visita en Barcelona por un tiempo.

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    Autor: Gotzon Cañada

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El autor

Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.

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