La presencia de hombres en el espacio es muy reciente: se remonta tan sólo a abril de 1961, cuando los rusos pusieron a Yuri Gagarin en órbita alrededor de la Tierra en un vuelo que no duró ni dos horas. Viajó en la nave Vostok 1, pero no aterrizó con ella, sino que saltó en paracaídas.
Sin embargo, compensan su corta historia con un gran prestigio. Todo el mundo ha querido ser astronauta y poder pisar la Luna o, por qué no, Marte. Seguro que pocos oficios han protagonizado tantos sueños. Evidentemente, el “pequeño paso para un hombre pero gran salto para la Humanidad” que dio Armstrong cuando, tras cuatro días de viaje, los astronautas de la misión Apolo XI alunizaron el 20 de julio de 1969 contribuyó, y mucho, a la fascinación por el espacio, uno de cuyos atractivos es poder ver el Planeta Azul como espectadores.
El hecho de que se alunizara entonces (y no tiempo después) fue debido a la competición que se estableció a lo largo de los años sesenta entre los soviéticos y los americanos para llegar en primer lugar al satélite. Podría decirse que la carrera espacial finalizó en ese momento, con la desintegración de la Unión Soviética como golpe de gracia al único aspecto en el cual ellos continuaban destacando: la permanencia humana de larga duración en el espacio. En octubre de 2003, China puso en órbita a un astronauta, Yang Liwei, y se convirtió en el tercer país en lograrlo, aunque fuera cuarenta años más tarde.
Desde 1961, más de 400 personas se han aventurado al espacio, pese al riesgo que conlleva. En 1967 fallecieron tres astronautas norteamericanos durante unas pruebas con la nave Apolo I y un cosmonauta ruso en una misión con una nave Soyuz. Cuatro años más tarde, murieron tres cosmonautas rusos en el espacio. Los accidentes más conocidos son los del Challenger en 1986 o el Columbia en 2003. En ambos perecieron los siete tripulantes. No es una lista exhaustiva, pero sí muestra que ir al espacio puede resultar muy peligroso.
Pese a ello, los astronautas siempre quieren regresar. Éste es, por ejemplo, el caso del astronauta de origen español Miguel López Alegría. Tras tres idas al espacio, afirmó recientemente en una entrevista en el Museo de la Ciencia y el Cosmos (Tenerife) que desea volver a la Estación Espacial Internacional para una larga temporada. No es que los astronautas puedan partir cuando quieran, sino que hay listas de espera.
¿Cuánto habría que retroceder en el tiempo para ver nacer el deseo de ir al espacio? Probablemente miles de años. Actualmente, aquellos que tienen la oportunidad de alejarse de la Tierra pasan a ser seres privilegiados. Pero en poco tiempo viajar al espacio en “clase turista” podría ser posible. Ahora lo es sólo en clase “más que business”. Como es sabido, previo pago de veinte millones de dólares al programa espacial ruso, el americano Dennis Tito primero (abril 2001) y el sudafricano Mark Suttleworth después (abril 2002) fueron en un cohete Soyuz a la Estación Espacial Internacional, donde permanecieron unos días.
Sin embargo, la popularización del turismo espacial llegará casi con toda seguridad del sector privado, que tiene un incentivo importante en el Ansari X Prize: nada más y nada menos que diez millones de dólares para el primer equipo que construya con financiación privada una nave capaz de transportar tres individuos a una altura de 100 km y de devolverlos a la Tierra sanos y salvos. Eso sí, no basta con un vuelo, sino que hay que ser capaz de repetir la gesta a las dos semanas, por si se hubiera logrado por casualidad. Hasta el momento, más de veinte equipos de siete países distintos se han apuntado a la competición.
La Fundación X Prize pretende con esta iniciativa continuar la tradición de los más de cien premios ofrecidos entre 1905 y 1935 que propiciaron la aparición de una industria de transporte aéreo con capital privado, especialmente el premio Orteig, de 25.000 dólares, que indujo a Charles Lindbergh a realizar, en 1927, el histórico vuelo Nueva York-París, de 33 horas y media de duración, con el ya mítico avión Spirit of Sant Louis.
El Ansari X Prize es un reto a la industria que pretende quitar la exclusividad de los vuelos espaciales al sector público. Desde la Fundación se afirma que beneficiará a la sociedad en distintos ámbitos. Entre ellos cuentan la aparición de héroes de los que, parece ser, el mundo anda necesitado y, también, motivar a los jóvenes para que se dediquen a los vuelos espaciales, así como las inversiones con el fin de fomentar este sector.
El pasado 21 de junio la primera nave tripulada construida con capital privado fue lanzada al espacio y rompió la barrera del sonido, alcanzando los 1490 km/h. Llamada Space Ship One (SS1), realizó un vuelo de prueba, no válido para la competición Ansari X Prize, puesto que sólo llevaba un tripulante, pero antes de que acabe el año se esperan más intentos por parte de los participantes. Se prevé que las naves construidas para participar en este concurso se utilicen después en cuatro industrias distintas: el turismo espacial, el envío de satélites de bajo coste, los servicios de mensajería en el mismo día y el transporte rápido de pasajeros.
Los vuelos suborbitales, dejando atrás la atmósfera terrestre, podrían ser algo habitual en unos años. Hay quien ya está haciendo reservas para alejarse de la gravedad durante las vacaciones. Sin embargo, disfrutar de estancias largas en el espacio seguirá, probablemente durante tiempo, reservado a unos pocos. Por cierto, López Alegría afirma no haber visto la muralla china desde el espacio, y eso que lo ha intentado varias veces. Piensa que quizás no sea posible, puesto que desde allí arriba lo que mejor se aprecia son las líneas rectas, y la muralla no lo es. De momento, tenemos que fiarnos de su palabra.
Autor: Gotzon Cañada
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Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
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Juanjo Martín es Divulgador científico y Director de Cienciamania.
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