La observación ocasional del cielo no permite, en general, percibir cambios en las estrellas pero... ¿se les ha ocurrido alguna vez plantearse si las estrellas, a modo de seres vivos, nacen, evolucionan y mueren? Y, si es así ¿han pensado en qué escala de tiempo lo hacen? La moderna Astrofísica avanza cada día en la aparentemente imposible empresa de reconstruir un ciclo evolutivo que resulta muy poco evidente. Este artículo les dejará con las ganas de conocer detalles de la evolución estelar... pero les ofrece, en cambio, un recorrido por el apasionante hilo de razonamiento lógico en el que se fundamenta tal hazaña científica.
Durante siglos se pensó que las estrellas eran como cabecitas de alfiler luminosas fijadas a la bóveda celeste... hasta que Halley, en el siglo XVIII, midió por primera vez movimientos propios estelares comparándolos con las posiciones indicadas en los mapas de Hiparco (s. II a.C.), consideradas invariables hasta entonces. Los cielos no eran, pues, tan inmutables como se creía.
Analicemos otra percepción errónea: a simple vista las estrellas parecen todas iguales, pero una observación más cuidadosa muestra que las hay de distintos brillos aparentes y colores. Estudios más complejos indican, además, una gran variedad de tamaños, masas y composiciones químicas estelares. Generalmente no es posible observar cambios aparentes en las estrellas, pero desde antiguo se conocían algunas de brillo variable como Mira (la Maravillosa) Ceti (de la constelación de La Ballena), y a lo largo de la historia se han observado novas y supernovas (estrellas en las últimas fases de sus vidas consideradas en principio, erróneamente, como recién nacidas). Vaya, parece que las estrellas tampoco son tan uniformes ni tan constantes.
Hablemos ahora del astro de nuestra vida. Los antiguos consideraban al Sol eterno e inmutable, una esfera perfecta. Sin embargo, sabemos que esto es así sólo en apariencia, si lo estudiamos globalmente y con poca precisión, sin tener en cuenta la multitud de estructuras cambiantes de su superficie y atmósfera. Hoy nos parece evidente que el Sol es una estrella, pero llegar a esa conclusión no fue sencillo. Dicha hipótesis estaba presente ya en el siglo XVI en las ideas de Giordano Bruno sobre la existencia de muchos mundos como nuestro Sistema Solar, y se vio reforzada posteriormente por las sugerencias de Descartes, Kant y Laplace. Sin embargo, sólo resultó confirmada tras la primera determinación fiable de la distancia a una estrella por F. W. Bessel en 1838. Paralelamente, fueron afianzándose las ideas de que el Sol es una estrella ordinaria (la que vemos más grande y brillante, pero sólo por estar más cerca) y que también las estrellas son soles lejanos en los que no podemos apreciar detalles. Al igual que nuestro Sol envía luz y calor a la Tierra, las estrellas emiten continuamente energía al espacio.
Y éste es precisamente el concepto relevante en el tema de la evolución estelar, ya que la experiencia indica que en la naturaleza no existe ninguna fuente de energía infinita, lo que implica que las estrellas han de morir cuando agoten su energía. Por tanto es razonable pensar que nacieron en el pasado y que evolucionan a lo largo de sus vidas.
Respecto al ritmo de esta evolución, nuestro
propio planeta puede ofrecer algunas pistas. La edad
de la Tierra es estimada por técnicas de datación
radioactiva en unos 4.600 millones de años (Ma),
cifra en excelente acuerdo con la derivada de aplicar
procedimientos similares a meteoritos y rocas lunares.
Esto sugiere que todo el Sistema Solar se formó
hace aproximadamente 4.600 Ma y que, por tanto, éste
es un límite inferior a la edad del Sol. Por
otra parte, se estima que la cantidad de energía
solar emitida durante ese tiempo ha variado poco en
términos astronómicos. Deducimos entonces
que, como el Sol, las estrellas permanecen en un estado
bastante estable durante la mayor parte de sus vidas
que, consecuentemente, deben prolongarse al menos varios
miles de Ma.
De este razonamiento podemos concluir que las estrellas
evolucionan, en efecto, pero lo hacen muy lentamente.
Sus vidas son mucho más largas que toda la historia
de la Humanidad. Por eso no es extraño que a
los seres humanos les haya costado muchos siglos de
historia civilizada darse cuenta de la evolución
estelar y plantearse el emocionante reto de comprenderla.
- Este texto está basado en el artículo
“La familia de Carlos IV y la visita del ET”
que obtuvo una Mención Especial del Jurado del
I Concurso de artículos divulgativos convocado
por Ciencia Digit@l y patrocinado por Bida Multimedia
S.L. y Nivola Libros y Ediciones S.L. en junio de 2000.
Posteriormente fue publicado en “Tribuna de Astronomía
y Universo”, II época, nº 16, octubre
de 2000, p. 24
Autor: Gotzon Cañada
© caosyciencia.com
Inés Rodríguez Hidalgo es Doctora en Físicas (especialidad Astrofísica) y Profesora del Departamento de Astrofísica de la Universidad de La Laguna. Actualmente es Directora del Museo de la Ciencia y el Cosmos.
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