Rafel Simó Martorell es Científico Titular en el Institut de Ciències del Mar del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) en Barcelona. Especializado en medio ambiente y oceanografía, se dedica principalmente al estudio del plancton oceánico, del ciclo del azufre y de las interacciones océano-atmósfera como agentes de regulación del clima.
¿En qué consiste el efecto invernadero?
La radiación del Sol que llega una vez pasadas
las nubes lo hace como una mezcla de visible (la radiación
que vemos), ultravioleta (en general bastante nocivo
para la vida) e infrarrojo (calor), y es reflejada o
absorbida por el planeta. La absorbida se libera progresivamente
en forma de radiación de onda larga y calor.
El calor se transmite a la atmósfera y acaba
yendo al espacio, pero parte de esta radiación
es retenida por algunas moléculas atmosféricas.
En eso consiste el llamado efecto invernadero, que es
un fenómeno natural.
En ausencia de este efecto, la temperatura sería
mucho más fría. El problema es que el
hombre está aumentando drástica y rápidamente
el número de moléculas que retienen el
calor, lo que provoca que el planeta se caliente alcanzando
rangos que varían las condiciones climáticas.
La molécula de la atmósfera que más
contribuye al efecto invernadero no es el CO2,
como suele creerse, sino el vapor de agua. Sin embargo,
se considera que está en equilibrio y los humanos
no variamos su concentración significativamente,
en cambio preocupan el CO2 y el metano (CH4) porque
sí se aumenta anómalamente su emisión.
¿Y cómo pueden afectar estos
cambios a la vida en la Tierra?
Es cierto que los cambios que estamos produciendo
en las concentraciones de gases de efecto invernadero
son más rápidos que los de los últimos
400.000 años, lo que comportará variaciones
en el clima y afectará a nuestro modo de vida.
Sin embargo, de esto a que la vida se extinga hay
un abismo. Cabe pensar que se reorganizarán
los ecosistemas, incluidos los construidos por el
hombre (la agricultura). En nuestras latitudes, se
prevén inviernos más suaves y veranos
más calurosos, lo que conllevará cambios
en el arranque y duración de la estación
de crecimiento de las plantas, por ejemplo.
Hay mucha demagogia sobre el Cambio Climático
y su peligro para la vida, pero la historia del planeta
está llena de oscilaciones climáticas.
De ellas, las más conocidas son las glaciaciones,
que se dan cada unos 100.000 años y son provocadas
por una variación de temperatura de sólo
cinco o seis grados. La visión actual, en la
que nos preocupan cambios de este orden o menores,
es inevitablemente (aunque legítimamente) antropocéntrica.
Es demagógico afirmar que el hombre está
destruyendo la vida en el planeta. La vida en sentido
amplio, a no ser que haya un holocausto nuclear, difícilmente
la extinguiremos puesto que es capaz de adaptarse
a las condiciones más extremas. Lo que sí
estamos haciendo es destruir biodiversidad, e incluso
ecosistemas enteros, y, si se confirman las previsiones
de Cambio Global, afectarán en primera instancia
a las sociedades humanas más susceptibles.
¿Puede una mayor conciencia social
paliar el problema?
Hay que reducir el consumo de combustibles fósiles
y la liberación de CO2, y aún así
no se obtendrán resultados inmediatos. Se ha
calculado que la inercia del sistema es de unos cien
años. Los cambios de mentalidad no nos eximen
de ir pensando en adaptarnos. Casi seguro, cambiará
la pluviosidad de algunas zonas y, por tanto, la aridez.
Ello implica prever los movimientos migratorios, promover
un plan hidrológico adecuado, pensar en los
mejores cultivos para el futuro...
¿Cuáles serán los efectos
reales del Cambio Climático?
Los modelos prevén un aumento medio de tres
a seis grados en los próximos cien años.
En general, habrá más evaporación
y precipitación en el planeta (el ciclo hidrológico
se hará más vigoroso), pero de un modo
heterogéneo. En una zona climáticamente
fronteriza como la mediterránea (entre la zona
templada y subtropical y tropical), las lluvias serán
más torrenciales y concentradas en la mitad
del año que corresponde al invierno, pero la
estación seca será más árida.
El Cambio Climático es parte del Cambio Global,
que también incluye la contaminación
de suelos, aire y aguas, la transformación
del suelo, la utilización de las costas, etc.
Por ejemplo, el problema del ozono es parte del Cambio
Global y menos del Cambio Climático. Los contaminantes
que enviamos a la atmósfera destruyen la capa
de ozono y ello aumenta el paso de radiación
ultravioleta. La capa de ozono contribuye un poco
al calentamiento, por lo que, paradójicamente,
su destrucción tiene un efecto de enfriamiento.
Pero en ningún caso puede tomarse como compensación.
¿Cómo son las concentraciones
de CO2 actuales?
Son superiores a las de los últimos 400.000
años, que es el tiempo para el cual hay registros
de CO2 en el hielo, es decir, de burbujas de aire
atrapadas en la Antártida. En 2100, la concentración
será el doble que la más alta registrada
actualmente. Como el CO2 tiene una gran capacidad
de absorción de la radiación de onda
larga (de calor), ello generará seguramente
un calentamiento.
Otra molécula en rápido aumento en la
atmósfera es el metano (un 115% en los últimos
cien años) que, aunque se pierde al oxidarse,
también se produce continuamente. Los mayores
emisores de metano son las lagunas, el océano,
la ganadería y algunas zonas inundadas manipuladas
por el hombre, como los arrozales. También,
determinadas combustiones y el gas natural. Pese a
que en la atmósfera hay menos cantidad de metano
que de CO2, su capacidad específica de efecto
invernadero es doscientas veces superior.
Las emisiones de óxido nitroso por procesos
de reducción de nitrato también han
aumentado y, aunque hay poco en la atmósfera,
su capacidad de calentar es importante.
Gracias a los intentos por paliar el problema de la
capa de ozono, ha habido un declive de clorofluorocarburos
y similares que, además de destruir el ozono,
tienen un efecto potente de calentamiento. Estos últimos
son los únicos para los que se han aplicado
políticas serias de restricción.
¿Qué influencia tiene el océano
en la temperatura global del planeta?
El océano cubre más de las dos terceras
partes de la Tierra. Es oscuro, con gran masa de agua,
y profundo, por lo que absorbe mucho calor, que redistribuye
por todo el planeta. Además, intercambia con
la atmósfera CO2. El mar absorbe CO2 por simple
efecto físico-químico de disolución
en el agua, pero devuelve la mayor parte a la atmósfera.
De todos modos, como el mar no está saturado
podría absorber un poco más. Se cree
que en un escenario de cambio climático como
el de los próximos cien años, el océano
disolverá CO2 y la acidez del agua aumentará
ligeramente.
Además, parte de la vida oceánica absorbe
CO2 con la fotosíntesis pero, como en un bosque,
el material se recicla. En días o meses, el
gas retorna a la atmósfera a través
de la respiración. Sólo una pequeña
parte de la materia orgánica producida por
la vida (lo que llamamos el carbono “fijado”)
escapa al reciclaje y va a aguas profundas, donde
permanece centenares de años. Una fracción
todavía más pequeña llega al
sedimento y el carbono queda “secuestrado”
miles o millones de años. Ésta es la
absorción neta de CO2 por el océano.
Los seres humanos estamos liberando parte de este
carbono secuestrado en combustibles fósiles
(carbón, petróleo, etc.) otra vez hacia
la atmósfera y de forma muy rápida.
¿Cómo se mira el océano?
Una de las revoluciones recientes en oceanografía
han sido los satélites, mirar la Tierra desde
el espacio. Con barcos y boyas sólo obtienes
una visión local, que es muy parcial, y que
requiere integrar muchos puntos de información
para obtener descripciones a gran escala. Actualmente,
para obtener datos los satélites utilizan,
entre otras, la reflexión de la luz, las microondas,
los infrarrojos... y con ello nos proporcionan la
temperatura superficial del agua, su movimiento, los
pigmentos de los microorganismos que viven en ella,
la oscilación del nivel del mar, el viento,
las nubes, la cantidad de las partículas atmosféricas,
etc. Estos datos permiten diseñar nuevos modelos
para entender el planeta y validar los que estamos
utilizando.
Yo soy el investigador principal de un proyecto que
se llama AMIGOS (Algoritmos, Modelos e Integraciones
Globales para el Estudio del Océano Superficial),
financiado por el Ministerio de Ciencia y Tecnología.
La idea es utilizar datos de teledetección
por satélite, integrarlos e introducirlos en
modelos para diagnosticar algunos aspectos del Cambio
Global en el océano. Por ejemplo, pretendemos
predecir si en el 2100, en un escenario con el doble
de CO2 que el actual, cambiará la cantidad
de carbono que respiran las bacterias o la cantidad
de azufre que emite el océano a la atmósfera
(el azufre tiene un efecto de enfriamiento compensador
del efecto invernadero).
También queremos estudiar la dispersión
de contaminantes orgánicos persistentes (los
que no se degradan), emitidos por los humanos. Estos
contaminantes son producidos en zonas industriales,
pero se detectan en zonas muy alejadas, a las que
han llegado por transporte atmosférico.
Utilizamos datos de satélites americanos, de
la NASA y la NOAA, y europeos, de la ESA. Mis compañeros
en el proyecto son los también investigadores
del CSIC Carlos Pedrós-Alió, de mi instituto,
y Jordi Dachs, del Instituto de Investigaciones Químicas
y Ambientales, y los doctorandos Sergio Vallina y
Elena Jurado.
¿Sería posible disminuir la
concentración de determinados gases una vez
emitidos?
Ha habido varias propuestas, entre las que podemos
comentar las dos siguientes:
- A la salida de las chimeneas, licuar el CO2 y convertirlo
en cubitos de CO2 que podrían tirarse al mar
para que fueran retenidos bastante tiempo en las profundidades.
Es una propuesta un poco inocente, cuya viabilidad
de está estudiando.
- Impulsar la absorción natural de CO2, por
ejemplo introduciendo hierro en algunas zonas del
océano que podrían ser más eficientes
como secuestradoras de carbono de poseer más
de este nutriente mineral para la fotosíntesis.
No sabemos los desequilibrios que esto produciría.
Además, como la mayoría del CO2 regresa
al poco tiempo por respiración, quizás
no cambiaría nada, simplemente todo iría
más rápido. Podría haber efectos
secundarios, como cambios en las cadenas tróficas,
de consecuencias desconocidas.
Aunque es cierto que la preocupación por el
Cambio Global urge a tomar decisiones políticas,
pienso que es imprescindible invertir en conocimiento
científico. Lo que sí parece claro es
que la única opción sabia en estos momentos
es reducir las emisiones de los gases invernadero.
Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.
Ver todos los artículos de Annia Domènech