Científico busca rareza para darse a conocer

Annia Domènech / 14-10-2003

Vivimos en un mundo desconocido, cuyos misterios la ciencia intenta desentrañar día a día hasta las últimas consecuencias, de verdad. Investigadores constantes arrojan luz sobre cuestiones complejas. La lista es inacabable, pero aquí sólo mencionaremos algunos de los trabajos que han sido reconocidos con el IgNobel, un reputado galardón que se concede anualmente, como muchos sabrán, pero no en Estocolmo (allí sólo se entregan los Nobel), sino en el Teatro Sanders de la Universidad de Harvard.

Gracias a esos premios, el mundo sabe que existe un riesgo elevado de confundir un amor romántico con un desorden obsesivo-compulsivo severo, o viceversa, puesto que bioquímicamente son iguales. Si, en cualquier caso, una pareja decide tener un hijo, puede recurrir a un dispositivo que ayuda a dar a luz por fuerza centrífuga mientras la futura madre gira atada a una especie de mesa-camilla. Después, mareada de por vida, lo mejor es que la familia en pleno se vaya a vivir a Kansas, que es más plana que una tortita, lo que ha sido demostrado por geógrafos. Más adelante, un spray detector de infidelidades maritales puede ayudar a la atribulada esposa. Todos estos avances en el conocimiento han logrado, por supuesto, un IgNobel, pero no han sido los únicos.

Habitualmente, mucha información se nos escapa; por ejemplo, qué proporción hay de jóvenes que lleven la visera hacia atrás y no hacia delante; de peatones con zapatillas deportivas blancas y no de otro color; de conductores que no se paran en un stop determinado; o de compradores con más productos de los permitidos en la caja rápida... Por no hablar de los distintos ombligos existentes o de si todos los adolescentes de la India se hurgan la nariz con independencia de su clase social, parece ser que sí y que, además, un 80% de ellos utiliza el dedo para ello.

Avances que facilitan la vida de las personas, como la ecuación matemática que permite mojar adecuadamente una galleta, la tetera que no gotea o la aplicación de la ley de desintegración exponencial para calcular la duración de la espuma de una cerveza, han sido premiados. Igualmente, grandes respuestas a eternas preguntas como por qué las cortinas de la ducha se ondulan hacia dentro o cómo se hace correctamente una taza de té, explicado en seis páginas por una institución británica que se hizo merecedora de un IgNobel de Literatura.

Y qué decir de las ayudas prestadas en el ámbito profesional. El informe Falto de talento y sin saberlo: cómo las dificultades para reconocer la propia incompetencia llevan a sobrevalorar la valía personal, puede quitar la venda a cualquier don nadie y hacer que revise su CV a toda prisa. La salud, sin embargo, es lo primero y, por ello, el seguimiento del hombre que se pinchó un dedo y olió mal durante cinco años o el de la transmisión de gonorrea por toda Groenlandia a través de una muñeca inflable son dos ejemplos de persistencia científica. Por otro lado, la solución a pequeñas molestias diarias, como el análisis de cómo se debe liberar un miembro masculino atrapado por la cremallera o el invento de un filtro incorporado a la ropa interior que no deja pasar el mal olor de las flatulencias son grandes logros, nadie lo pone en duda, ni el jurado de los IgNobel.

Un ciudadano de la India declarado muerto en 1976 y que desde entonces intenta demostrar lo contrario (incluso ha fundado la Asociación de la Gente Muerta para solucionar casos similares) ha recibido un merecido IgNobel de la Paz este año en la ceremonia que tuvo lugar el pasado dos de octubre. Pero si uno dispone de tiempo antes de morirse o ser declarado muerto, lo recomendable es consultar las medidas matemáticas de moralidad de la Iglesia Bautista de Alabama, que estiman cuántos ciudadanos de este estado irán al infierno si no se arrepienten a tiempo. Se supone que ello puede extrapolarse al resto del mundo. En el caso de ser condenado a muerte, siempre se puede consultar una deducción del posible dolor que se experimenta con distintos tipos de ejecuciones, más que nada por si se tiene la opción de escoger.

Los IgNobel han reconocido en muchos casos estudios vanguardistas con animales. Una lista no exhaustiva incluye los premios al suministro de Prozac para almejas; a la observación del comportamiento de cortejo de las avestruces en presencia de humanos o al registro del primer acto conocido de necrofilia homosexual en patos. Y también a descubrimientos sorprendentes, como que el calcio de la cáscara de los huevos de pollo se forma por un proceso de fusión fría o que, siguiendo las tendencias actuales, los pollos prefieren a la gente guapa. Averiguar que una estatua determinada no atrae a las palomas por su particular aleación de metales y lograr hacer levitar una rana con corrientes magnéticas o entrenar palomas para que distingan entre los cuadros de Monet y de Picasso no es tan sencillo, ¿verdad? Otras investigaciones más prácticas tampoco caen en saco roto, como el registro de la fuerza necesaria para arrastrar una oveja por diferentes superficies o averiguar que a las sanguijuelas la nata les abre el apetito, pero la cerveza y el ajo no les sientan bien.

Algunos IgNobel premian personas o iniciativas que muestran el mundo desde otra perspectiva. Por ejemplo, el otorgado a la Marina Real Británica, que prohibió el uso de balas de cañón durante los ejercicios y pidió a sus marineros, en su lugar, que gritaran Bang. O el de la Paz a Jacques Chirac por conmemorar el 50 aniversario de Hiroshima con pruebas de bombas atómicas en el Pacífico; y a Edward Teller, padre de la bomba de hidrógeno, por “los esfuerzos de toda una vida por cambiar el significado de la palabra paz”. También han sido honrados los presidentes de las compañías de tabaco que presentaron evidencia científica en el Congreso afirmando que la nicotina no es adictiva; o Richard Seed por su intención de clonarse y clonar a otros seres humanos. Un apunte, los premios en Economía muchas veces no pueden ir a buscarlo porque están entre rejas.

Los investigadores que reciben un IgNobel son gente especial. No todo el mundo consigue patentar la rueda como un Dispositivo Circular de Transporte o es capaz de afirmar que la tostada siempre cae del lado de la mantequilla porque el mundo está hecho así o que la mantequilla de cacahuete no tiene ningún efecto sobre la rotación de la Tierra. Una de las grandes leyes científicas es, sin duda, la de Murphy: “Si hay dos o más modos de hacer algo, y uno de ellos puede provocar una catástrofe, alguien lo utilizará” o, en otras palabras “si algo puede ir mal, irá mal”, premiada en la decimotercera edición de los IgNobel que, sin embargo, cada vez parecen ir mejor.

Desde 1991, estos premios creados por Marc Abrahams, editor de la revista de humor científico Annals of Improbable Research (Anales de la Investigación Improbable), se conceden a investigaciones que “primero te hagan reír y después pensar” y que “no puedan o no deberían ser reproducidas”. Son entregados por premios Nobel reales en una ceremonia que demuestra que incluso los científicos saben reírse de ellos mismos.

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El autor

Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.

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