En la isla mediterránea de Menorca vivió una vez un conejo cuyo tamaño era muy superior al del ejemplar contemporáneo que todos conocemos. Su existencia transcurrió en el Neoceno tardío, hace unos cinco millones de años. Su peso era de unos doce kilos, diez veces más que el de su colega continental contemporáneo Oryctolagus cuniculus y era incapaz de saltar. En efecto, se desplazaba como si fuera un animal plantígrado: con las palmas de las manos en el suelo. Su cerebro era pequeño y sus órganos sensoriales poco desarrollados.
La investigación que ha revelado estos datos se publicó hace unas semanas en el Journal of Vertebrate Paleontology y hoy lo ha hecho en Nature.
El Nuralagus Rex, pues este es el nombre del conejo gigante, está teniendo mucho éxito mediático. Lo cierto es que el conejazo hace gracia. Que su existencia transcurriera en una isla no es anecdótico. La insularidad conlleva unas condiciones evolutivas particulares. Por ejemplo, la ausencia de depredadores tolera una movilidad reducida causada por un gran tamaño, como en este caso, y no exige la posesión de unos órganos sensoriales agudos. En ese entorno, es posible “crecer” para economizar energía al disminuir la relación superficie/volumen sin pagar un precio fuerte a cambio en términos de selección natural.
Créditos imagen:
Dos conejos en comparación. SOC. VERTEBR. PALEONTOL.
Más información:
El conejo gigante de Menorca
Annia Domènech es Licenciada en Biología y Periodismo. Periodista científico responsable de la publicación caosyciencia.